Fue el guionista y director Larry Cohen (creador de series como Los Invasores y un reconocido maestro del cine clase B) el primero en intentar concretar la idea concebida por Alfred Hitchcock: un hombre queda atrapado en una cabina telefónica y no puede escapar de ella. El dilema era, cómo hacer que el protagonista de la historia se viera obligado a permanecer durante noventa minutos encerrado en un espacio tan reducido.

Tres décadas después, Cohen llegó a la conclusión de que lo más acertado era introducir a un francotirador para desatar el suspenso y el terror. Así, el veterano realizador Joel Schumacher (Un día de furia, 8 mm) lleva Enlace mortal a la gran pantalla con Colin Farrell de protagonista, amenazado de muerte por un psicópata con unos valores muy específicos. Este thriller estuvo nuevamente en espera por varios meses debido a que la 20th Century Fox no consideraba prudente su realización tras los ataques del francotirador en Virgina y Washington que dejaron un saldo de 13 víctimas. Sin embargo, después de tanta expectativa, suena el teléfono… ahora solo falta que ustedes respondan.

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La cinta arranca con la presentación de Stu Shepherd (Farrell), un relacionista público, bastante inescrupuloso, capaz de mentir como un desalmado. Después de pasearse por Times Square, en pleno corazón de Nueva York, haciendo maromas para lograr que las revistas de espectáculo publiquen noticias sobre sus clientes, decide llamar a Pamela, una aspirante a actriz a quien desea convertir en su amante. Para evitar que su esposa Kelly descubra llamadas extrañas desde su celular, lo hace desde una cabina telefónica cubierta, la única que queda en Manhattan.

Al terminar su conversación, suena el teléfono y, por razones inexplicadas, Stu responde, pero ya no podrá volver a colgar. Y es que al otro lado del audífono se encuentra un individuo, alguien que sabe que esa es la línea a través de la cual Stu dice sus mentiras y está decidido a someterlo a un tortuoso juego psicológico. Le asegura estar apuntándole con un rifle de mira telescópica para liquidarlo si corta la comunicación o sale de la cabina. Con esta amenaza, los nervios se alteran y cada paso es más riesgoso y comprometedor. Como prueba, dispara contra el proxeneta que pretende echarlo de la cabina, ya que sus prostitutas no pueden hacer sus llamadas profesionales. Pronto el protagonista se ve rodeado de la policía y las principales cadenas de televisión. También de su esposa y su presunta amante, quienes llegan al lugar y podrían convertirse en blanco del impredecible francotirador. El objetivo del psicópata no es otro que hacer de Stu un hombre de fiar, alguien que sea capaz de reconocer públicamente sus errores, sus pecados y que rectifique.

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“Llevo muchos años intentando resolver cómo hacer una película dentro de una cabina telefónica”, comentó recientemente Larry Cohen. “Es un lugar sin igual en el que uno puede quedar atrapado, justo en medio de la ciudad, rodeado de miles de personas. Estás a la vista de todos y nadie sabe que estás siendo aterrorizado adentro. Es la trampa por excelencia”.

Sin duda alguna, la cinta está construida con un guión inteligente, pues logra mantener una creciente tensión en la misma claustrofóbica locación por más de hora y media. Con el fin de animar la función, Schumacher, que filmó la cinta en doce días con cuatro cámaras simultáneas, utilizó decenas de trucos visuales (el efectivo split screen: pantalla dividida, con varias acciones paralelas) y un buen montaje que benefician el devenir del relato. El resultado: un disfrutable y exitoso producto, filmado y actuado con profesionalismo, pero muy lejos de lo que Mr. Hitchcock hubiera hecho con él.