El escritor lojano conjugó su pasión por la literatura con su devoción por las leyes y la política.
El dolor marcaba territorio. “No importa cuánto uno piense o diga, la muerte siempre será la muerte”, señaló ayer el poeta lojano Carlos Eduardo Jaramillo, en el velatorio de Ángel Felicísimo Rojas, uno de los más grandes representantes de la literatura ecuatoriana y latinoamericana, quien falleció la noche del pasado sábado en su domicilio, mientras dormía.
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Rostros conocidos de gente dedicada a las letras, a las leyes, al arte y a la cátedra circulaban consternados por el paraninfo de la Casona Universitaria para despedir a Rojitas, como lo llamaban sus allegados.
La separación de Rojas de la vida implicó un proceso de quince años. Desde esa fecha, el autor empezó a donar los libros de su biblioteca, vendió sus propiedades y dejó la docencia. Pero, lo que más lo desapegó de la vida fue la muerte de su esposa, María Pérez Saa, acaecida el 4 de abril pasado, quien fue su secretaria y compañera desde hace 43 años.
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“Lo que hay es un fallecimiento físico; la presencia de él (Rojas) está dada en la historia del Ecuador con todo el aporte que hizo en la literatura y en lo personal”, manifestó Enrique Gil Calderón, director del Coro de la Universidad de Guayaquil e hijo del fallecido escritor Enrique Gil Gilbert, que fue miembro del Grupo de Guayaquil y amigo personal de Rojas.
Mariana Roldós, asesora de cultura de la Casona Universitaria, también conoció a este escritor lojano, nacido el 28 de diciembre de 1909. Lo que más recuerda del creador de obras como El éxodo de Yangana (novela), La novela ecuatoriana (ensayo) y Un idilio bobo (cuento) es la predisposición que tenía para ayudar.
“Él sabía cómo llegar a la gente y disfrutaba mucho al brindar sus charlas a cualquier sector, aunque este no correspondiera a lectores de literatura”, señaló Roldós.
Rojas, quien se mantuvo muy lúcido hasta el final de su vida, fue velado hasta las 13h00 de ayer en el paraninfo de la Casona Universitaria y luego trasladado a la Junta de Beneficencia, donde fue cremado, según su voluntad.
Sus restos serían llevados, posteriormente, a su natal Loja, para su sepultura.
Los comentarios con respecto a su calidad humana, rectitud y compromiso con la cultura estuvieron presentes todo el tiempo.
Personajes públicos como Luis Félix, presidente de la Casa de la Cultura, núcleo del Guayas; el poeta Carlos Jaramillo y el tenor Ángel Oyola, quien cantó Vasija de barro, a modo de homenaje y despedida, agradecieron a Rojas por su legado humano.
En palabras de Mariana Roldós, esto fue una muestra de “todo lo que una palabra puede motivar en otras voces”.
PÁGINAS
OBRA
Su obra El éxodo de Yangana (1949) fue traducida a varios idiomas y aunque se la considera como una de las más grandes novelas ecuatorianas y latinoamericanas, fue censurada por el régimen de Franco.
GUAYAQUIL Y LOJA
A Guayaquil, ciudad en la que Rojas vivió desde 1929, la llamaba “patria grande”, mientras que a su natal Loja, la denominaba su “ciudad portátil”, pues decía que emocionalmente la llevaba donde iba.
POLÍTICA
En el segundo gobierno de Velasco Ibarra ocupó el cargo de Contralor, función que dejó luego de dos años, cuando el 30 de marzo de 1946 este presidente se proclamó dictador.
LIBROS
La mayoría de sus libros parten de las vivencias de su niñez en Loja. Decía que de Guayaquil quería escribir una novela que quizá nunca inicie, un tanto por temor a no desentrañarla como quisiera, o porque tal vez no la logre terminar.