Toma en sus manos una cerbatana (tubo que se usa para disparar flechas envenenadas) y afirma que es un recuerdo que trajo después de participar en la “hazaña” de la matanza a 26 miembros del clan taromenane, que en un primer momento se creyó eran tagaeri.

Junto a su esposa y ocho hijos, Tiri Omaca, huaorani de 40 años, de Bataburo, relata en lenguaje huao los detalles del ataque. Nenkerey Nantohue, coordinador de proyectos de salud para los huaorani, es el intérprete.

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“Fuimos a cumplir una promesa: a vengar por nuestros familiares muertos. La acción nos tomó cinco días. Yo conocía esa zona porque diez años trabajé para la petrolera Braspetro, por eso sabía que estaban por ahí.

“Nueve huaorani, el primer día (sábado 24) navegamos en canoa por los ríos Tigüino y Cuchiyacu, dormimos en la selva. En la tarde del siguiente día encontramos una casa de taromenane, abandonada. Ahí dormimos.

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“El lunes llegamos a la casa de ellos, era grande. Un joven murió con un disparo de cartuchera. Los hombres huyeron y las mujeres nos rodearon, nos quisieron quitar las cartucheras y lanzas. Entonces las lanceamos.

“Yo maté a tres personas. Yo conté veinte muertos pero mis compañeros dicen que eran 26. De ellos seis eran hombres. Los demás eran ancianas y niños.

“Uno de los jóvenes estaba en una hamaca, no podía moverse porque estaba mal de la pierna. Murió lanceado y le cortamos la cabeza, que ahora tenemos en Tigüino.

“Lo que no comprendo es por qué no nos mataron, si podían acabar con nosotros, a lo mejor porque yo estaba con ropa de militar. Huyeron todos los varones fuertes.
“Después de matarlos quemamos la casa y cargamos con sus cosas. No siento pena porque eran nuestros enemigos. A mi primo lo mataron, a un amigo le mataron a su papá, a otro huaorani le asesinaron a su mamá. Es primera vez que nos vengamos. Ahora me siento seguro con mi mujer e hijos. Sé que pueden venir a vengarse pero aquí no tengo miedo.

“Queremos que (las autoridades) comprendan que esta es una pelea entre nosotros y queremos que no se metan”.