A eso de las 16h00 del viernes pasado, Susana Reyes (28 años), se detuvo frente al televisor encendido en uno de los almacenes en el centro de la ciudad.

Las imágenes mostraban a una Bagdad azotada por los cientos de misiles lanzados por la campaña militar de la coalición estadounidense-británica.

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La atención de Susana se disipó con la respuesta inmediata de una de las vendedoras del almacén y reemprendió su marcha hasta perderse entre la multitud que transitaba a esa hora por la avenida Nueve de Octubre, mientras Bagdad seguía ardiendo en la transmisión de televisión.

El ataque contra Iraq sí inquieta a los guayaquileños, pero no como otros temas.

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“Sí he escuchado sobre la guerra, pero nosotros tenemos nuestra propia guerra: pagar matrículas, comprar los uniformes y luego los útiles escolares”, dice Juana Arreaga, a una ama de casa que descansaba sentada junto a otras dos personas más, en una de las bancas en la esquina de Nueve de Octubre y Escobedo.

“Pero sí da pena tantas muertes”, agrega esta madre de familia quien también se queja de los 36° C de estos días de invierno.

El pasado miércoles, la convocatoria a una misa católica por la paz concentró a cerca de 200 personas en el colegio San José La Salle, pero luego de eso, los actos de solidaridad en contra de la guerra se apagaron.

La misma tarde del viernes un grupo de ancianos conversaba a la sombra de la iglesia San Francisco en una de las bancas de la plaza Rocafuerte. “Nos estamos quejando de nuestros achaques de la vejez”, dice Jorge Paucar, jubilado, en una frase que lleva una carga de humor.

Pero parece entender que no es momento para ironías, por lo que agrega: “No estamos de acuerdo con la guerra. El mundo quiere paz, vivimos los primeros años de un nuevo siglo, debemos utilizar otros medios que no sean la fuerza”.