Ser cómodo, conformarse con poco y no luchar para tener éxito en todos los aspectos de la vida son síntomas de mediocridad. Un estado en que el ser humano no acaba de definirse si es bueno o malo en cualquier cosa que hace.

Según algunos motivadores y psicólogos, puede originarse en el hogar cuando los padres se despreocupan de la formación de los hijos y no muestran interés en sus actividades. El motivador Juan Hidalgo Corral define a un mediocre como una persona que se contenta con ser parte del montón y no se esfuerza por ser el mejor en lo que emprende, quizá por falta de apoyo y ejemplo paternos.

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Una muestra de ello es el caso de Carlos Andrés, de 22 años, quien labora como ayudante de chofer en una compañía de electrodomésticos en Guayaquil.  “Recuerdo que cuando tenía 9 años mis padres estaban tan interesados en divorciarse que se olvidaron que tenían que ayudarme a superar mi mala memoria y dislexia, dos problemas de aprendizaje que me impedían memorizar y escribir bien”.  

En la época escolar a Carlos poco le importaba si sacaba o no una mala nota. Se sentía inútil, poca cosa, y tiene aún martillando en sus recuerdos una frase dolorosa que sus padres le decían: “¡Eres malo para gramática!  ¡Si no vas a aprender, mejor dime para comprarte una carreta y la cargues!” 

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“Si no fuera por la directora de mi colegio nunca me hubiera graduado.  Ella siempre me decía que podía superarme. Pero, lo que yo deseaba en el fondo era el apoyo de mis padres. A lo mejor, ahora fuera un profesional y ellos no pensarían que soy incapaz por falta de conocimientos”.

La psicóloga Romy Albuja Arteaga explica que la confianza en las propias capacidades es lo que puede convertirse en el eje del futuro y el presente de un menor. La autoestima es el pilar principal para no caer en la mediocridad, para sobrevivir a los fracasos, caminar sobre ellos, desafiar frustraciones y limitaciones.

Es en el hogar donde se desarrolla un ser humano. Aquí se aprende, dice Albuja, a tomar impulso para enfrentar situaciones difíciles y a extraer lo positivo de los errores y no caer en la depresión, reniego, lamento o la ira originados por ellos.

Líderes de los hijos
Otro origen de la mediocridad en el núcleo familiar es la actitud negativa que tienen ciertos padres frente a la vida y que la transmiten diariamente a sus hijos. No se preocupan por desarrollar en ellos la sana ambición que los proyecte hacia un futuro próspero.

Sin embargo, señala Hidalgo, todo puede cambiar si los progenitores se convierten en líderes mediante el ejemplo de superación. La mejor forma de hacerlo es estudiando. “Muchos dirán que no tienen el dinero suficiente para comprar los libros o para pagar un curso o seminario. Pero lo cierto es, que sí les alcanza, por ejemplo, para el consumo de alcohol y cigarrillos”. 

Además, nunca deben olvidar que la mejor escuela para los hijos es el hogar. Un sitio donde tienen que aprender a desarrollar una mentalidad positiva siempre dirigida a buscar calidad en todas las cosas que se haga. 

“La calidad de un logro depende de la transparencia. Otorga satisfacción a quien la obtiene pues todos apreciamos y valoramos lo que hacemos bien”, dice Albuja.

Consecuencias a largo plazo
Cuando un hijo crece siendo mediocre llega a la edad adulta sin la preparación para enfrentarse a los ambientes competitivos. No rinde en los trabajos y puede terminar conviertiéndose en una carga para su familia. 
“Son seres inútiles que los padres tienen que mantener, no precisamente porque les agrada hacerlo sino por obligación, ya que interiormente llevan una culpa moral. Saben que no hicieron lo suficiente para sacarlos adelante”, afirma Hidalgo. 

La psicóloga clínica y consultora de recursos humanos, Delia Uribe Luque, señala que cuando un jefe detecta a un empleado con actitud conformista, sabe que será muy difícil modificar su comportamiento. “La capacitación mediante seminarios o cursos ayuda a desarrollar habilidades en un empleado cuando le hacen falta conocimientos. Sin embargo, en un mediocre los resultados no serán los mismos porque cuesta más cambiar sus actitudes. Si el trabajador acepta la capacitación de forma obligada, no funciona, porque no existe la voluntad de poder llevar a la práctica lo aprendido. No existe el deseo de ser mejor”.

El matrimonio es otra área en que sufren, pues es una de las empresas más difíciles que pueda emprender un individuo. Requiere trabajo, paciencia y perseverancia lograr una buena relación conyugal, por eso alguien que no está acostumbrado a esforzarse por un objetivo difícilmente podrá aspirar a tener una vida matrimonial satisfactoria. Es vital, asevera Hidalgo, que los padres se den cuenta de que cada actitud que tienen hacia sus hijos forma a un futuro adulto y lo prepara para la vida. Modelos: Familia Guerra.