La esperanza de volver a ver a su esposo con vida hizo que Aída de Alemán viviera diez años esperándolo. Le compraba regalos por su cumpleaños, por el día del padre, celebraba sus aniversarios. “No cambié nada en la casa, siempre esperaba que me dijeran que por fin volvería”.

Así pasó diez años. Pero cuando se confirmó el hallazgo de un segundo avión de Saeta que se había accidentado en 1979, ella comprendió que tenía que replantear su vida y la de sus dos hijos.

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“Reuní a la familia y les entregué sus legados a nuestros hijos Marcelo y Soraya; a mí me bastó su recuerdo que permanecía intacto en mi cabeza, mi retina y mi corazón”.

Luego vino una etapa muy dura. Aída tuvo que enfrentar los rumores de que su esposo era un presunto narcotraficante, que había fugado con una de las azafatas o que incluso había sido secuestrado por guerrilleros colombianos.

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La mejor manera para hacerlo fue estar cerca de los familiares de las víctimas. “Nos llamaban la familia de loquitos porque durante dos años nos reuníamos a diario en el aeropuerto en espera de alguna noticia”.

“Finalmente me quedé con Mercedes Pérez, madre de la azafata Mercedes Eshke, y su nieto, Michael, a quien ayudé a cuidar hasta que ella murió de cáncer en 1981”, afirma Aída, para quien este es el mejor regalo que recibió de Dios y no quiere nada más de la vida.

“Siempre tuve la seguridad de que el avión estaría en el Chimborazo porque cuando conversábamos sobre la posibilidad de un accidente, mi chino me decía que no lo buscara fuera de la ruta, porque pasara lo que pasara siempre seguiría la ruta que tenía... no me mintió”.

Ahora, Aída no quiere ni escuchar la propuesta de varios familiares que se han contactado con ella para pedirle su apoyo para que las autoridades del país declaren la zona como camposanto. “Yo ni loca lo aceptaré, he esperado este momento en interminables días de dolor y tristeza y ahora que lo encontraron (siento en mi corazón que es así), no voy a dejarlo allí, lo enterraré junto a mis padres hasta que me toque el turno de acompañarlo.

“Solo una cosa me faltaría antes de irme, y es volver a ver a Michael, el hijo de la azafata a quien cuidé como si fuera propio. Sé que debe vivir en Guayaquil y quiero saludarlo ahora que sucedió el milagro”.