A las 07h30 las 87 mesas de este recinto estuvieron listas con los vocales respectivos para recibir a los habitantes de toda La Península, entre ellos, Juan Bautista Ortega de 83 años, que se trasladó muy temprano desde su casa, en San Lorenzo, hasta el lugar antes mencionado.
Él esperó, en el triciclo en el que se moviliza, para ejercer su derecho al sufragio en la mesa 49. Ninguno de sus catorce hijos lo acompañaba: “Estoy solo, sin esposa”, se lamentaba, pero sí mencionó a su hija de crianza Martha Piedad Ortega.
Ella lo ayuda en lo que puede, en lo que necesita, especialmente desde hace 13 años, cuando perdió una pierna trabajando como pescador. “Lo único que quiero es que el nuevo presidente haga algo por nosotros los pobres”, dice nostálgico, secándose sus ojos llorosos que permanecen así todo el tiempo, a causa de alguna enfermedad que no ha podido curar.
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En todos los cantones y parroquias de la Península, las elecciones transcurrieron con tranquilidad.
En el colegio Luis Célleri de La Libertad, Pablo Cruz, el coordinador del Tribunal Supremo Electoral, con un look muy a lo “escamoso”, le pone el toque diferente a un tradicional ambiente electoral. Y en su informe de reconocimiento nos indica que en ese recinto, el 60% de las 103 mesas se instalaron completamente a las 08h00.
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Y en Santa Elena, en el colegio Guillermo Ordóñez que concentra 140 mesas, las cosas no fueron diferentes, aunque la ausencia de los integrantes en las juntas receptoras del voto fue característica. Hasta el mediodía recién se había instalado el cincuenta por ciento de las juntas. “Esto ocurre siempre”, remarcó Cristina Rodríguez, vocal de la mesa 101 en dicho colegio.