“Sobre todo no pierdas tu deseo de caminar. Cada día camino hacia un estado de paz interior y me alejo de cualquier malestar. Caminando he tenido mis mejores ideas. Por lo tanto, si me quedo sentado vendrán las enfermedades y la inercia. No conozco ningún pensamiento tan apesadumbrado del cual uno no pueda alejarse caminando. Mientras permanezcas sentado y quieto, peor te sentirás. Sin embargo, si uno se mantiene caminando todo estará muy bien. No puedes comenzar a caminar hasta que tú mismo –tu propia vida– no se haya convertido en el camino mismo”.
Gautama Buda

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El movimiento es condición básica del ser humano y refleja también la actitud de no estancarse frente a las adversidades. Hoy es uno de esos días en que caminar es vital, tanto la acción como la actitud de seguir adelante. La decisión de ir a votar implica participar activamente en el sendero que hacemos todos como país. Cuando vaya a dar su voto, camine y medite, en sus manos está una gran responsabilidad. 

Tal como dice el poeta español Antonio Machado: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, es decir, se nos presenta una encrucijada a la cual debemos aventurarnos y hay que dejar el camino hecho, buscar fuerzas para adentrarse hacia un lugar donde no exista sendero y empezar a abrir uno –que quizá sea el que está buscando–, para dejar su propia huella.

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Emprender la marcha
Esto se da tanto en lo colectivo como en lo individual. ¿Ha sentido que una de las situaciones más difíciles es tomar la decisión de emprender la marcha, de salir adelante después de una tragedia? Hay historias de coraje, como la de Sara Lecaro Vélez, que pueden inspirar a muchos a asumir el reto de seguir caminando.

Ella sufrió la pérdida de su hijo Pepe Aray Lecaro hace catorce años, el dolor la marcó pero ella decidió seguir con su vida junto a un recuerdo que según cuenta, la hace muy feliz.

“Antes de su muerte, mi hijo Pepe sufrió un accidente automovilístico que lo dejó postrado por varios meses en estado de coma. Junto a él iba uno de sus mejores amigos pero que desgraciadamente falleció.

Cuando salió de terapia intensiva tuvimos que enseñarle a caminar, no podía comer por sí solo y, en la desesperación por salvarle la vida, los médicos le cortaron las cuerdas vocales lo cual significó que jamás hablaría normalmente”.

Tras la muerte de Pepe, dice Saruca (como la llaman sus amigos), su vida cambió totalmente: se encerró en el cuarto de su hijo a llorar su dolor, se pasaba armando rompecabezas o leyendo los versos escritos por su hijo.

“Un día llegó un querido amigo, Luis Ortega Trujillo, quien al verme en ese estado de depresión me propuso trabajar en las oficinas de una tarjeta de crédito de esa época. Él creyó en mí y me dio la oportunidad de volver a caminar en la vida”, recuerda.

Esa decisión le costó mucho esfuerzo porque en ese entonces no sabía nada de computadoras y anotaba en “pollas” los comandos del teclado. “Fue todo un reto comenzar de cero”, dice.

Hoy, cuando han pasado catorce años ve con orgullo los logros que ha adquirido en su vida profesional, pues se desempeña como gerente comercial en una entidad bancaria. Además, se siente agradecida por el apoyo de su otro hijo Juan.

Sara Lecaro guarda el pasado en lo más recóndito del corazón. Ella vive el presente pero a la vez dando valor y ejemplo a quienes la necesitan. Nunca olvida que el futuro es incierto.

Recomienda actividades altruistas si no se cuenta con un trabajo. “Lo importante es mantenerse ocupado ya que la ociosidad está íntimamente ligada a la depresión”, concluye.

Guerra y hambre
Otros casos demuestran que seguir adelante y no dejarse vencer puede ser la diferencia entre el fracaso y el éxito. Werner Gansahuer, alemán de 65 años, casado con una guayaquileña, sobrevivió siendo muy pequeño (3 años) a los estragos de la Segunda Guerra Mundial. “Aunque no nos encontrábamos en el centro de los bombardeos porque con mi madre vivíamos en una pequeña finca, sí podíamos escuchar el silbido de los cohetes que parecían caer sobre nosotros. En la noche, el cielo se pintaba de rojo por las explosiones. Eso me dejó muchas huellas y pensé que yo no debía ser víctima de esas bombas”.

Confiesa ser único hijo porque su padre (fallecido en batalla) estuvo alejado de su hogar para servir como soldado en el frente por lo que no tuvo tiempo de conocerlo. “Cuando terminó la guerra en 1945, empezamos con mi madre a sufrir una de las consecuencias de toda guerra, el hambre. A tan corta edad, arrancaba la hierba silvestre para comerla y, de vez en cuando, salíamos con otros niños a recoger los restos del trigo que los americanos dejaban caer desde sus aviones para paliar la hambruna”, recuerda.

Afirma que no existe ningún desafío invencible, que es necesario tener buena voluntad, usar los cinco sentidos, no buscar los caminos chuecos, no criticar negativamente. “Si aparecen los problemas hay que resolverlos: la caminata empieza con el primer paso”, destaca.

Él llegó a Guayaquil hace 20 años como delegado de una fábrica de acero alemana y, a partir de ese momento, decidió establecerse en esta ciudad y abrir una nueva página en su vida.