A sus 53 años, Gérard Depardieu ha vuelto a meterse en la piel de Obélix, y después de más de cien películas a sus espaldas, en las que ha dominado todos los géneros, el actor por excelencia del cine francés está convencido de que "la comedia es la base de la vida".
"La comedia permite contar cosas terriblemente dramáticas para así poder superarlas. Si no hubiese existido Lubisch, con To be or not to be, o Chaplin, con El gran dictador y otros tantos poetas, no hubiéramos podido reírnos de Hitler y de otras desgracias", dice Depardieu a un grupo de periodistas en Madrid, a donde ha venido a hablar de "Astérix y Obélix, Misión Cleopatra", que se estrena esta semana en España.
Es la segunda encarnación de Obelix que hace Depardieu. La primera adaptación al cine del cómic de Uderzo, sirvió para mostrar la pequeña aldea gala resistente a los romanos, y a sus pobladores.
Ahora, en esta secuela, los dos héroes viajan a Egipto, en una aventura escrita y dirigida por Alain Chabat y convertida en la película más cara del cine francés.
Alain Chabat, que en el filme se ha reservado el papel de Julio César, ha dado un nuevo enfoque a la serie.
"Chabat viene de la televisión y por eso le ha dado un toque de comedia de situación, y ha conseguido mezclar las dos dinámicas, la del cine y la de la televisión, en un género, la comedia, que cada vez atrae más a los jóvenes", explica Depardieu.
El actor no pudo resistirse a hacer la película. "Adoro a Astérix y Obélix -dice-, porque ellos son un bloque de resistencia desde esa aldea que podría estar en cualquier rincón del mundo".
Para Depardieu, la mayor dificultad de encarnar a Obélix viene dada por el hecho de que su personaje "hace las cosas de una manera natural, parece que salen solas. Mucha gente cree que hay que poner empeño en hacer las cosas, yo, en cambio, soy como Obélix, pienso que las cosas ya están hechas y lo que hay que hacer es vivirlas".
Por eso entiende a su personaje, un héroe donde "no hay cabida para la improvisación porque en él todo es improvisación".
Después de casi cuarenta años de carrera, Depardieu, el estandarte vivo de la interpretación masculina francesa, ha cambiado continuamente tanto de registros como de medio, desde el teatro, al cine o la televisión, con incursión en recitados operísticos. Algo que él explica con una frase "yo no soy sólo un actor".
"Tengo amigos que hacen música, ópera, cine... tengo amigos en muchos campos y, además de actuar, soy viticultor, charcutero y tengo negocios de petróleo en Cuba. Estoy abierto a todas las culturas y a todos los personajes: Obélix hace reír de una forma sutil, otras películas, como las de Almodóvar hacen pensar y los filmes de acción entretienen".
Depardieu niega que el cine europeo sea un cine "de resistencia", puesto que, "no hay invasor". Y lo explica: "Ya no se puede hablar del imperialismo del cine americano. Hoy hay un cine europeo que ha recuperado su público. El público español, el francés o el británico hace ya al menos diez años que han encontrado su cine".
"El problema -añade- no es del cine americano, que está de capa caída, no hay más que ver las películas de acción para darse cuenta. El problema es que en Estados Unidos el cine es una industria y ellos son dueños no sólo de las películas sino también de los canales de difusión".
Depardieu es también el hombre que no descansa. Cuando se le pregunta por sus proyectos, su respuesta es un rosario: acaba de rodar una película con Harvey Keitel e Isabelle Adjani, y va a rodar "El jorobado de Notre Dame" con Dustin Hoffman, otra película a las órdenes de Ettore Scola, y se subirá al escenario para encarnar en teatro a Otelo, de Shakespeare.