“Guayaquil es cuna de la intelectualidad más progresista que se ha dado en la historia ecuatoriana. Es una ciudad que vive, trabaja, sufre y sueña”.
Guayaquil es libros, es cultura, trabajo, solidaridad, pujanza. Pero también es alegría, entusiasmo juguetón, camaradería. El guayaquileño le pone buena cara al mal tiempo. Por ese motivo el mito se encarna con facilidad en la memoria ciudadana.
Pienso en la mitología pasillera de artistas como Olimpo Cárdenas, Carlos Rubira Infante, Julio Jaramillo, las hermanas Mendoza Sangurima, Fresia Saavedra, los hermanos Montecel o Hilda Murillo. Pienso en las farras nocturnas, en la religiosidad, en las hablas populares que han sabido encarnar en sus textos literarios escritores como Fernando Nieto Cadena, Fernando Artieda, Jorge Velasco, Jorge Martillo, Fernando Itúrburu y otros.
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Pienso en el Bim Bam Bum y el American Park, los sitios de diversión familiar de los años 50 y 60. Cómo no evocar las gabarras, el transporte fluvial que unía a la Costa con la Sierra cuando aún no se construía el puente sobre el río Guayas.
La evocación de nuestros mayores se detiene en las principales orquestas y conjuntos musicales que animaron la vida de Guayaquil el último medio siglo. Un dejo de nostalgia nos invade cuando recordamos a la Blacio Junior y su constelación de estrellas, a la Falconí o a Los Azules.
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Cómo no pensar en ese mundo gastronómico de las comidas populares que tanto apasionan: caldo de manguera, fritada, arroz con menestra y carne asada, guatita, seco de chivo. En la última década hay cantidades de libros que explican desde el folclore y la antropología los orígenes de estas comidas.
Guayaquil ha dado al arte universal un Rendón Seminario, una Araceli Gilbert, un Enrique Tábara.
Guayaquil ha dado a la literatura americana un Juan Bautista Aguirre, un Olmedo, el famoso Grupo de Guayaquil, Leopoldo Benites Vinueza, el ciudadano universal que nació en esta urbe huancavilca y que fue el primer ecuatoriano en ocupar el cargo de presidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Guayaquil es también la cuna de movimientos libertadores como el 9 de Octubre de 1820, 6 de Marzo de 1845, 5 de Junio de 1895 y del primer gran levantamiento obrero popular del 15 de Noviembre de 1922, fecha en que la clase obrera ecuatoriana recibió su bautizo de sangre y fuego.
Esta ciudad es la cuna del 28 de mayo de 1944, movimiento popular que acabó con un gobierno conculcador de libertades; y de la intelectualidad más progresista que se ha dado a lo largo de la historia ecuatoriana. La leyenda de que nuestra ciudad es espacio de mercaderes solo la conciben aquellos que no aceptan su grandeza. Guayaquil vive a ritmo galopante, trabaja, sufre, pero sobre todo sueña.
Las presencia de grupos humanos de distintas procedencias generó también un rico cruce de experiencias humanas que fueron un factor decisivo en nuestro proceso histórico y desarrollo material.
Todo lo que creamos y recibimos fue transformado en nuestro propio beneficio. Los habitantes comprendieron que en ese intercambio cultural era posible ir buscando espacios de afinidad, para luego cimentar las bases de la nacionalidad, que solo es posible forjar con un sentido de solidaridad.
En nuestra historia guayaquileña algunos miembros de las élites mostraron una actitud humana completamente abierta hacia el prójimo; pero tampoco podemos desconocer que esos filántropos, a través de sus representantes, controlaban y controlan los espacios de poder.
“Guayaquil resulta (entonces) un montaje de imágenes desordenadas”, como lo ha señalado el ensayista Humberto Robles. Pero como anota este estudioso, “no es que el jardín haya dejado de existir, pues si algo perdura en la realidad de Guayaquil a lo largo de las imágenes que ha legado su historia, es la de su singular riqueza, de la abundancia de la zona y de su comercio. Perdura la sensación de una ciudad pujante, en marcha, no realizada, sin una identidad que se haya consolidado”.
Concluyo señalando lo que escribía en la revista Diners de 1986 y lo considero aún válido: Guayaquil es nerviosa, alegre, tropical, bulliciosa, agresiva cuando hay necesidad (y cuando no la hay también). El guayaquileño sabe ponerle buena cara al mal tiempo. Nada detiene a Guayaquil en su proceso. A pesar de tener varias caras en su desarrollo (también tiene su antidesarrollo), sigue siendo una ciudad para vivir y también para morir.
* Miembro de la Academia Nacional de Historia