Junto a Rivaldo y Ronaldo, Ronaldinho forma parte de la temible tripleta en la vanguardia brasileña Ro, Ro, Ri.
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Ronaldinho de Asís Moreira, uno de los más prometedores jugadores de Brasil, comenzó a destacar en una selección plagada de estrellas, a la que acudió como sustituto del hombre que es su ídolo, Romario de Souza Faría.
Brasil entró a semifinales del Mundial al eliminar a Inglaterra, una circunstancia que, por el momento, parece dar la razón al seleccionador, Luiz Felipe Scolari, que dejó a Romario en casa a pesar de las polémicas en su país.
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Admirador del ex jugador del Barcelona, Ronaldinho comenzó a seguir los pasos de Romario, como se pudo ver en el partido contra Inglaterra, en el que deslumbró con una impresionante actuación manchada en el último momento con una inexplicable entrada que le mandó a los vestuarios.
Por encima de la tarjeta roja, Ronaldinho justificó por qué el técnico lo incluyó en el equipo para formar, junto a Rivaldo y Ronaldo, la temible vanguardia Ro-Ro-Ri. Después de una temporada convulsa, Ronaldinho vuelve a situarse en el nivel que se espera de él, el de la promesa que empieza a dar frutos.
Atrás deja una temporada extraña, porque llegó después de medio año en blanco al que le condenaron las incomprensibles leyes del fútbol en las que los intereses económicos priman sobre los deportivos.
Diferencias económicas entre el Gremio de Porto Alegre, su club de toda la vida, y el París Saint-Germain, la entidad que decidió abrirle las puertas de Europa, lo mantuvieron lejos de los terrenos de juego entre febrero y agosto de 2001.
La adaptación al Viejo Continente no fue fácil. Ronaldinho necesitó tiempo para volver a poner sus piernas al nivel al que habían estado tiempo atrás y hasta el final de temporada no destacó en una liga pobre, alejada de los focos que rodean los grandes campeonatos.
El jugador, de 21 años, estuvo presente en todas las acciones de ese partido. Fue el que más lo intentó de entre la pléyade de estrellas brasileñas, el que más se atrevió a desequilibrar y romper la defensa de Sven-Goran Eriksson.
Tanto protagonismo le hizo convertirse en el artífice de la jugada que desembocó en el gol del empate canarinha, un balón recuperado en el centro del campo que el futbolista llevó, regate tras regate, hasta la frontal del área, donde le puso el balón a un letal Rivaldo que batió a David Seaman.
Se reservó para sí el honor de marcar el gol del desempate, en una falta lanzada con extrema precisión y talento, cuando vio a Seaman adelantado y se decidió a probar la suerte de la parábola, que acertó a colarse por la escuadra inglesa.
Y, como para ponerle un pero a su actuación, se hizo expulsar.
Ronaldinho se ha tomado su tiempo. Desde hace años, su nombre suena como la gran promesa brasileña, pero ahora parece dispuesto ha pasar al primer plano.
A pesar de su juventud, este hijo y hermano de futbolistas destacó a temprana edad. Fue máximo goleador del Mundial Sub 17, en Egipto en 1997. Dos años más tarde marcó un gol antológico a Venezuela en la Copa América, tras un sombrero, imposibles regates y un trallazo cruzado. Luego fue máximo anotador de la Copa Confederaciones de 2000 con seis tantos, trofeo que repitió en la fase de clasificación para los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 con nueve goles.
Lleva dos en este Mundial, una cuenta que no podrá incrementar en semifinales, porque su tarjeta roja le costará, al menos, un partido de suspensión. Ronaldinho se ha abierto ya las puertas del olimpo brasileño reservado solo para los dioses del balón.