Hay cosas que molestan en la novela Rosita Campusano, la mujer de San Martín en Lima, de la escritora argentina Silvia Puente. Ese río Huayas, por ejemplo. O la afirmación de que El Cristo de la Agonía, de Miguel de Santiago, es un óleo. O el ceceo de las mujeres ecuatorianas.
Pero, bueno. Vaya y pase. Lo que al lector le resulta difícil pasar (y tragar) es la primera parte de la novela. ¡Es tan desangelada, la pobre! Tan necesitada de ambiente. Tan sin personajes.
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Hay sí, una incesante acumulación de nombres y de hechos. Pero, a pesar de la abundancia, ellos solos no crean nada. O tal vez sí: hondas separaciones con el lector, que se sitúa cada vez a una mayor distancia del texto, hasta el punto de verse tentado a cerrar la obra y emprender cualquier otra tarea más grata. Y menos aburrida.
El tal Aires (“una suerte de detective o fiscal de la posteridad”, como se dice en la contratapa) resulta artificioso. Como artificiosos, débiles y sin garra son todos esos capítulos aglutinados bajo el epígrafe de “El expediente”.
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La cosa mejora sustancialmente, empero, cuando se dejan oír “las otras voces”, que son las de aquellos personajes que más allegados estuvieron a la guayaquileña Rosita Campusano, que pasó a la historia por haber sido amante del general San Martín. Recién entonces el texto adquiere fuerza y grandeza. Y la autora muestra su vena de relatista.
La novela remata con el monólogo de Rosita Campusano que está, como el resto de esos monólogos, bien construido y es
-¡qué duda cabe!- apasionante. Y rico.
El libro, pues, tiene dos instancias bien diferenciadas. De sus 176 páginas, bien pudo haber comenzado en la 127. Y quizás hubiera ganado mucho.
HOJAS
La novela Rosita Campusano, la mujer de San Martín en Lima, de Silvia Puente, se presentará hoy, a las 19h00, en la Casa de la Cultura del Guayas (Nueve de Octubre y Pedro Moncayo, 4º piso).
Analizará la obra María Kodama, viuda del escritor argentino Jorge Luis Borges. Entrada gratuita.