“El que últimamente interprete papeles de jubilados en las películas no quiere decir que yo tenga esas intenciones. Todo lo contrario. Es solo un registro más en mi carrera. Me gusta dar vida a todo tipo de personajes, siempre que sean interesantes. De hecho, he dado vida a tantos, que ni yo ni nadie sabría reconocer cuál es el verdadero Jack Nicholson”.

Con su gran carisma y humor, el actor arrancó carcajadas y aplausos ayer en Cannes al hacer alusión al protagonista de About Schmidt, una pequeña comedia, en tono muy agridulce, en la que encarna a un hombre de su misma edad, 66 años.

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“Él es mucho más viejo que yo”, se apresuró a aclarar Nicholson. “Es gordo, sedentario y camina de modo extraño. Yo soy vital, atractivo y me considero aún un seductor empedernido. Durante los tres meses que duró el rodaje, no quería ni mirarme en el espejo, pues tenía temor de que al envejecerme para este papel no pudiese volver  y ser el mismo Jack de siempre”.

Su calvicie, según el actor, ha sido un elemento indispensable para introducirse en este personaje, al que imprime su inconfundible sello personal: “Cuando leí el guión, lo visualicé enseguida. Me cubriría la calva con un partido lateral de mi propia cabellera. Y estuve en lo cierto. Warren Schmidt adquirió mucha personalidad”.

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El artista se ha preparado para este rol observando e imitando a actores de la América profunda, donde se ambienta la historia. “Henry Fonda ha sido un buen modelo. Siempre me apropio de gestos y movimientos de los intérpretes que admiro. El actor no solo experimenta cambios profesionales sino que adquiere conciencia de la dinámica que le permite mutar de un personaje a otro”, afirmó.

Nicholson ha sabido combinar indistintamente sus papeles dramáticos con los cómicos, explotando o reprimiendo su gestualidad. En esta entrega   elabora un personaje magistral, un hombre abrumado por la incertidumbre de su futuro, tras su reciente jubilación y la pérdida repentina de su mujer, con la que estuvo unido por 42 años.

Warren decide tomar rumbo a Nebraska para asistir al matrimonio de su única hija con un vendedor de lotería, que no es de su agrado. Y para darle un sentido a su vida  decide “adoptar” a distancia un niño de Tanzania (por 73 centavos de dólar al día). Las largas cartas que dirigirá a su “hijo” Ngudu le harán tomar conciencia del fracaso de su propia existencia.

Sin embargo, el actor separa la obra de caridad en la ficción de la realidad. “La beneficencia funciona perfectamente en Warren porque lo vuelve más humano, comprensivo y solidario. Pero yo no creo en eso. Creo en los impuestos federales, que pago puntualmente, para que sea el Gobierno el encargado de asistir a los más necesitados”, aseguró.

En cuanto a la escena más divertida del filme –el personaje de Kathy Bates, una gorda, fea y lanzada, entra desnuda al jacuzzi donde está Warren, para seducirlo–, el actor admite: “Yo no lo habría hecho ni por todo el oro del mundo. Se necesita mucha valentía para eso y, la verdad, es que yo no la tengo”.