Hace solo un año esto hubiese sido un sacrilegio. Hoy es todo un desafío. A partir de esta edición, los equipos tradicionales de proyección de las principales salas del Festival de Cannes han tomado un nuevo rumbo y se han  adaptado en modo espectacular a la irresistible invasión de la tecnología digital de la industria norteamericana que ha venido a imponer, con fuerza, sus innovaciones en este campo.

La mejor demostración es el estreno europeo, en este prestigioso certamen, del segundo episodio del mayor fenómeno cinematográfico de la historia del séptimo arte, La guerra de las galaxias: el ataque de los clones, que vuelve a contar con su creador, George Lucas, tras las cámaras.

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Frente a la preocupación de las críticas de los que piensan que esta avalancha digital, iniciada en el primer capítulo de la popular saga, ha significado el dominio de la tecnología sobre el arte, Lucas sonríe y se defiende, sacando a relucir su espíritu transgresor, que lo ha llevado a romper todas las barreras: “Todo el arte, sin excepción, es tecnología. El cine, especialmente, es un arte extremadamente tecnológico, y más aún el género tan fantasioso de la ciencia-ficción. Tuve que esperar mucho para que la tecnología llegara a este punto y poder llevar a cabo estos proyectos que parecían un sueño inalcanzable. El cine estaba estancado, restringido a historias contemporáneas que solo eran posibles en escenarios comunes”.

El ataque de los clones es una película enteramente digital,  en el rodaje de alta definición y en su proyección. “Es que no solo se facilita su realización, sino que además la calidad de la imagen es muy superior, y se conserva intacta frente al paso inexorable del tiempo. Es como si comparáramos la pintura al fresco –donde hay que pintar rápido porque se seca, sin posibilidad a cambios– con la técnica del óleo –donde puedes salir al aire libre y modificar el color y las formas cuantas veces quieras, con gran flexibilidad–. Lo mismo sucede con el proceso fotoquímico del cine, que sería como hacer frescos, y el digital, como los óleos”.

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Lo que resulta paradójico es que a pesar de tanta evolución tecnológica, este nuevo capítulo intergaláctico sea una aventura más humana que la anterior, con menos artificios mecánicos y más personajes de carne y hueso. Aunque la cámara no escatima imágenes maravillosas, como el planeta acuático donde se originan los clones del título y vistas aéreas que nos traerán a la mente la Nueva York futurista de Blade Runner. Y las escenas alternan paisajes de realidad virtual con maquetas de inimaginables escenarios naturales.

“Es verdad. Se trata de una película acerca de cualquier ser humano, sus fortalezas y debilidades, y donde se analizan los impulsos que nos llevan a inclinarnos por la maldad. La lucha entre el bien y el mal es parte de nuestro ser interior, y es también la esencia de esta historia.

La fuerza tiene esta dualidad y ambos lados son necesarios. Sobre esta premisa está construida la mayoría de religiones, donde se habla de Dios y el diablo”, afirmó Lucas. (DC)