La agitación social que se vivía en Europa como preámbulo de la Segunda Guerra Mundial pareció vivir un paréntesis del 4 al 19 de junio, cuando quince selecciones nacionales se aprestaron a escribir la historia del tercer Mundial de la historia.
Italia, que había conseguido el campeonato bajo sospechas de influencias extardeportivas, llegó a tierras galas con la idea de desvirtuar esas sospechas y revalidar el título obtenido cuatro años antes. Y lo lograron. Los azzuri llenaron los estadios franceses y se convirtieron -con justicia - en el primer bicampeón mundial de la historia.
Hubo récord de inscripciones: 36 en total, pero también muchos retiros (8); se sintió la ausencia de Uruguay y Argentina.
Por primera vez la FIFA decidió otorgar dos plazas de oficio, al país organizador y al campeón vigente.
En cuartos de final Italia acabó con la ilusión de los franceses de seguir su camino hacia el trofeo mundialista, derrotándolos 3 -1.
Brasil y Checoslovaquia vivieron una confrontación épica y violenta que se la bautizó como “la batalla de Burdeos”. El partido terminó uno a uno, pero la agresividad del encuentro dejó como resultado que de los 22 jugadores sólo quince terminen en el terreno de juego; hubo tres expulsados y el resto salió lesionado. El juego de desempate dio la victoria 2 -1 a Brasil.
En semifinales, que enfrentó a brasileños y azzurris, Brasil se perfilaba como favorito para ganar el torneo, pero el técnico brasileño carioca, Ademir Pimenta, hizo gala de desprecio al cuadro italiano y no alineó a sus mejores delanteros, Leónidas y Tiem: “Voy a guardarlos para la final”, expresó el técnico auriverde. Pagaría caro su desprecio; Italia venció 2 por uno.
Hungría no fue rival para Italia en la final. Vencieron inapelablemente los azurris con un 4 por 2. Colaussi y Piola marcaron por partida doble haciendo inútiles los tantos de Titkos Sarosi.
La fiesta del fútbol tardaría doce años en repetirse: en septiembre de 1939 estallaba la Segunda Guerra Mundial.