Pepita de Zevallos es una mujer conocida en Guayaquil por la labor que realiza la Fundación María Gracia que preside desde 1987. Más de 16.000 niños en peligro de muerte se han salvado gracias a esta fundación que ella creó en honor a su hija María Gracia, quien hoy sufre graves secuelas de una meningitis que contrajo a los 4 meses. El espanto que le produjo la atención que recibían los niños en los hospitales públicos la hizo reaccionar y replantear todas sus prioridades. Decidió que su misión era ayudarlos mientras tuviera fuerzas.
Pepita es una persona de gran empuje, ella es la que da la cara a la hora de recolectar dinero, la que entra a las salas de terapia intensiva y les asegura a padres indigentes y desesperados que hará todo lo que esté en sus manos para que sus niños tengan el tratamiento adecuado. Ella fue la que subastó y afeitó el bigote a Abdalá Bucaram en el desaparecido programa ‘Yo digo, Ud. dice’, para recaudar fondos.
Pero, detrás de esa entereza admirable, está la mano que la sostiene cuando siente que no puede más; la voz que le dice las palabras correctas, y los brazos que la reciben cada noche cuando llega a la casa, y a veces llora cansada de luchar.
“Lo más importante que me ha ocurrido ha sido conocer a Simón David, mi esposo. Todos piensan que yo soy una mujer muy valiente, de coraje. En realidad no es así, él es mi soporte y me mantiene parada. Si no fuera por él me hubiera estrellado ya mil veces”.

Publicidad

Juntos en el dolor

Simón y Pepita de Zevallos no son personas comunes. Sus ojos sabios reflejan lecciones aprendidas con lágrimas y una gran fe en la vida. Tampoco llevan una relación común. Tienen 20 años de casados, pero cuando quedan en encontrarse en algún lugar y se ven a la distancia, todavía se emocionan como la primera vez.
Simón siempre recuerda la mirada que ella tenía el día que la conoció. “Volteamos a ver al mismo tiempo. Estábamos a unos 5 metros, nos quedamos mirando como encandilados. Y en ese momento sabíamos que éramos el uno para el otro”, relata.
Después de ese día, no se volvieron a separar. Año y medio después, en 1981, se casaron. Cada uno manejaba una empresa de bienes raíces, eran un matrimonio joven que empezaba a prosperar. Tuvieron tres hijas: María José (18), María Paulina (17) y María Gracia (15).
Fue entonces que les llegó el golpe que les estremeció la vida. María Gracia enfermó y de un momento a otro se encontraron en medio de una tormenta de médicos que no daban esperanzas. La bebé estuvo nueve días en coma y sufrió dos paros respiratorios. Les dijeron que solo quedaba esperar que muriera en paz; su familia empezó a hacer arreglos para el entierro, pero ellos nunca dejaron de rezar, rogar y reclamar un milagro que finalmente llegó.
“Yo sabía que Dios no iba a dejar morir a María Gracia, sabía también en qué condiciones me la dejaba y lo acepté —dice Pepita—. Pero los doctores entraban a decirme que se moría en horas, sentía tanto dolor. Llegó un momento en que ya no pude mantenerme parada. Simón David me dijo: ‘Pepa, por Dios, tú no, no podría soportarlo solo’. Y yo me paré como un elástico. Él me dio valor”. Pepita se esfuerza por no llorar al describir esos momentos. “Eso no se lo deseo a nadie”, continúa, “por eso ayudo a quien puedo con toda mi alma, porque ya viví ese dolor espantoso”.

Publicidad

María Gracia vivió, pero en un chequeo en EE.UU. le descubrieron hidrocefalia y fue operada de urgencia. Luego Pepita viajó con la niña a Inglaterra para buscar nuevos tratamientos. En Guayaquil, Simón movía cielo y tierra para conseguir dinero, pero ellos sabían ya que hay cosas que no se compran.
“Mi hija quedó con secuelas muy severas, no escucha, no habla ni camina. Es un angelito que tenemos aquí en la casa”, dice su padre. “Hay dos formas de canalizar ese dolor: la primera es sentarse a llorar, y la otra es por la que optamos nosotros, canalizarlo de manera positiva”.
Los doctores aceptaron que la salvación de María Gracia era un caso excepcional, pero dijeron también que la niña contó con la mejor atención justo cuando la requería y que en los hospitales públicos había niños con casos menos severos que morían por falta de recursos. Para Pepita y Simón eso fue un llamado.
Empezaron a hacer colectas y rifas, y en 1990 abrieron un laboratorio médico que hoy financia el 50% del presupuesto de ayuda de la fundación. “Cuando veo a un niño que se salva y se mejora, es una compensación. Siento que no pude con mi hija, pero con él sí”, dice Pepita.

Consejos de oro

¿Qué hace que ante el dolor unos se hundan y otros aprecien más la vida? Tal vez Simón y Pepa, como él la llama, realmente son de los pocos afortunados que encontraron a la pareja ideal. O quizá forjaron una relación tan fuerte por todo lo que les tocó vivir. El caso es que en lugar de separarse y encerrarse en su dolor, ambos son el sostén del otro.
Todas las parejas dicen que la comunicación es importante, ellos dicen: “Nunca se puede hablar demasiado”. No hay tema que no compartan porque ella conoce el negocio de bienes raíces de su esposo, y él es el vicepresidente de la fundación.
“La base del amor está en la admiración, mientras uno admira a la pareja no deja de quererla”, explica Simón. “Cuando uno sabe que tiene una persona al lado que es capaz de darle una luz cuando uno más lo necesite, eso le da tranquilidad”.
Claro que han tenido problemas y peleas. Pero dejaron claras las reglas desde la primera vez. Estaban recién casados y comenzaron a discutir por una tontería. Pepita empezó a gritar y Simón se quedó callado, esperó a que se calmara y luego la hizo sentar y mirarlo a los ojos. “No me he callado porque te tenga miedo” –le dijo– “quiero que reflexiones. ¿A ti te parece que con todo lo que te amo yo merezco que tú me trates así?”.
“Me sentí tan miserable, que nunca más le levanté la voz”, dice Pepita riendo.
Para Simón, hay que ser prácticos. “Sabemos que nos amamos y que nuestro amor está por encima de todo. Así que cuando nos peleamos le pregunto: ¿Vamos a pasar días sin hablarnos? ¿Por qué no mejor ahorramos camino y hacemos las paces ahora mismo? La vida es tan corta que uno no puede pasarla lleno de falsos orgullos”. Un consejo de alguien que lleva 20 años casado y feliz.

“No es fácil llevar bien un matrimonio, es una profesión”, agrega. Y una profesión en la que hay que saber poner prioridades. Como cuando él salió y compró dos pasajes a Galápagos para el siguiente día porque la relación pasaba por un momento áspero, tenían problemas económicos y el trabajo no daba tregua.
“Hasta los ocho años de casados nunca tomábamos tiempo para nosotros, un error terrible. En ese viaje a Galápagos, planeado en dos días, nos volvimos a enamorar”. Desde entonces, al menos tres veces al año toman unas cortas vacaciones, solos.

Frente a la posibilidad de perder a una hija, se aferraron tanto el uno al otro que construyeron algo tan valioso que no lo arriesgan por nada. “Es importante la confianza plena. Yo jamás le he sido infiel a Pepa y me siento orgulloso de eso. Creo que uno debe ser fiel a lo que ama, recto en todo sentido”, comenta muy seguro.

Simón nunca fue detallista, pero ahora hace su mejor esfuerzo. En el cumpleaños de Pepita le deja regalos escondidos para que los encuentre durante el día. “Yo no era así, pero si con algo pequeño la puedo alegrar, ¿por qué no hacerlo? Mi felicidad es verla a ella feliz”.


 

<td bgcolor="#ffffff"> <p><font color="#638ac7" face="Tahoma,Verdana"><b>El valor de la fe</b></font></p> <p><font face="Times New Roman, Times">Para esta familia, el mensaje más valioso que ha traído María Gracia es enseñarles a dar a las cosas su importancia real. Cuando se vive una situación dura, se aprende a ser agradecido, aseguran. “Somos afortunados, el dolor nos enseñó a apreciar la vida. Hay mucho que disfrutar”.</font></p> <p><font face="Times New Roman, Times">Cuando ya la medicina había desahuciado a María Gracia, Pepita se encontró en el hospital con una mujer adolorida que acababa de dar a luz en un taxi y debía dejar a su bebé en prenda hasta que pudiera regresar a pagar la cuenta. Ella la detuvo y asumió sus gastos inmediatamente.<br /> La hermana de esa mujer, en agradecimiento, le aseguró a Pepita que su hija no moriría, porque ella acudiría a la procesión del Cristo del Consuelo en honor a María Gracia. “Esa mujer tan pobre me dio lo que necesitaba en ese momento, algo que no lo compra el dinero: me dio fe”, dice Pepita.</font></p> <p><font face="Times New Roman, Times">María Gracia cambió la vida de sus padres, le dio valor y significado. “Ahora sé que lo más importante es el amor que puedas hacer crecer en tu corazón. Lo demás, las cosas que nos preocupan cada día, son una pérdida de tiempo”, dice Pepita, y Simón asiente.</font></p> </td>
<td> </td>