Navego por las llamadas Cíclopes, pues forman un círculo alrededor de Delos, centro de peregrinación, de culto. Me sumerjo en el mundo de la mitología griega, plagada de pasiones entre hombres y dioses, que pareciera ficción sin transcendencia, y, sin embargo, de ella nace la cultura occidental, muchas de las prácticas de la religión cristiana y los nombres de las constelaciones.

La geología de Grecia ha producido topografías diseminadas en valles, montañas, penínsulas y más de tres mil islas. Es responsable de su diversidad. La placa africana se sumerge bajo la fosa helénica formando un arco volcánico, de islas activas; la más conocida, Thera (o Santorini).

En 1600 (+/- 14 años) antes de nuestra era, una erupción superexplosiva enterraría bajo metros de ceniza a la ciudad de Akrotiri, dando origen a la leyenda de Atlántida. Hasta ahora no se han encontrado cuerpos de humanos ni de animales. Seguramente erupciones y temblores previos los alertaron, y con tiempo pudieron emigrar en sus naves, tal vez a Creta, llevando los objetos de valor, lo más querido. Quedaron los frescos en las paredes de esta ciudad perdida: papiros azules, flores azules, monos azules, gente de perfil, hermosa y pacífica.

Mostrando un aparente lugar de armonía y belleza. Me fascina descubrir que contaban con un sistema antisísmico rudimentario. Entre dos bloques de piedra incrustaban una pieza de vidrio: de romperse, era indicio de movimientos telúricos. Podría seguir escribiendo sobre Santorini, del actual, de casas cúbicas y blancas, de sus más de doscientas iglesias de cúpulas azules, de sus viñedos enroscados sobre el suelo, tejidos en forma de canastas, para proteger a las uvas del viento y altas temperaturas.

Pero también visito Milos, otro volcán, centro minero importante, y nada más y nada menos que el sitio de la Afrodita que hoy se exhibe en el Louvre de París. No puedo creerme que, entre dos olivos en las laderas de la isla, en 1820, un campesino, George Kentrotás, la encontrara, perfecta, serena. El pueblo de Milos luchó por que no les robaran su estatua; incluso una vez, en el Pireo, los griegos pelearon con sangre por defenderla. Igual se la llevaron, despojada de brazos, con el nombre del escultor borrado de su pedestal y de la historia; porque la querían más antigua, la pretendían de Praxíteles.

¿Cómo elegir una isla favorita? A Delos la destruyeron los enemigos de Atenas, y luego los de Roma, y los piratas del Mediterráneo. Fue centro religioso, puerto libre, mercado de esclavos, y en la Edad Media pasó al olvido. Los habitantes de las islas cercanas se llevaron, a lo largo de siglos, las rocas de sus templos dedicados a tantos dioses, incluso deidades extranjeras.

Y, sin embargo, aún se puede percibir su grandeza. De mármol de Naxos, el mejor de las Cíclades, se erigieron estatuas fantásticas. Se dice que había incluso una palmera de bronce para recordar la leyenda de que agarrada a una palmera Leto diera a luz a sus gemelos Apolo y Artemisa.

Asciendo al monte sagrado Kynthos. Muros de rocas gigantes, construidos por cíclopes, sin mortero, se funden con la montaña misma, de granito antiguo. Desde lo alto puedo ver Mykonos, Rhenia, Naxos, Syros. Islas de esquisto, de lava, de pumita, de toba, de gneis, de granito. Es un archipiélago de cada roca sobre esta tierra. De esta diversidad nace la riqueza de un país al que definitivamente debo retornar. (O)