Con un rostro sonriente, Rosario Collazo, de 52 años, atiende a sus pacientes en el área de cirugía general del hospital regional del IESS Teodoro Maldonado Carbo.

Ella es enfermera desde hace 25 años. Una de las funciones de su ejercicio profesional y la que más disfruta es hacer curaciones. A diario atiende entre 20 y 30 afiliados.

Su amabilidad y profesionalismo se mantienen como en su primer día de trabajo, sostiene. Por ello, tanto pacientes como compañeros de trabajo la estiman y consideran como una de las mejores enfermeras de esta casa de salud.

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“Una de las labores de nosotras es educar al paciente y a sus familiares en el procedimiento que le hacemos, para que ellos también lo hagan cuando estén en casa, para que lo puedan cuidar bien. Le explicamos cómo debe tomar los medicamentos y qué alimentos no puede comer para que cicatrice la herida”, explica.

Agrega que ella está contenta de ejercer la profesión, aunque al principio quiso estudiar Medicina. “Mis padres no tenían las posibilidades para apoyarme en tantos años de estudio, por eso elegí una carrera que duraba menos, para poder trabajar y ayudar a mis padres”, comenta.

De tez blanca y cabello corto castaño, esta enfermera guayaquileña sostiene que la dedicación y sacrificio en su profesión se convierten en la satisfacción de saber que el paciente “se está recuperando”.

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Mientras limpiaba con solución salina la herida de un hombre luego de ser operado de un tumor en el colon, Collazo expresa que siente que el trabajo de la enfermera sí está siendo reconocido y que su misión es estar siempre junto al paciente”.

Ella, quien está casada y tiene dos hijos de 20 y 13 años, celebró ayer con su familia por partida doble, pues fue el Día de la Enfermera y también el Día de la Madre.

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Con 60 años de edad y 30 como enfermera, Violeta Salazar prefiere el trabajo intenso y de respuesta inmediata que tiene en el área de Contingencia de Emergencia del hospital Abel Gilbert.

En esa sala, con capacidad para 26 pacientes, tiene una década trabajando, tiempo que recuerda con satisfacción al referirse que “cuando un paciente crítico se recupera y se lo pasa a otra sala, ellos y sus familiares se despiden con gratitud por haberlo cuidado”.

Ser enfermera, según Salazar, es una labor de servicio humanitario de sacrificio. “Nosotras siempre estamos ahí junto al paciente, pendientes de ellos y somos quienes damos la voz de alerta si se complica y, si es el caso, le damos los primeros auxilios”, expresa.

Así como satisfactoria, también hay riesgos de salud en su profesión, por eso deben aplicar las técnicas de bioseguridad, como lavarse las manos constantemente luego de manipular a un paciente, usar mascarilla, guantes y mandil. “Cuando recién llega el paciente, uno no sabe si puede tener alguna enfermedad contagiosa”, explica.

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Una de sus funciones más importantes es tener los fármacos que se puedan requerir en esta unidad crítica. Con orgullo comenta que su hermano también es enfermero; su esposo, médico, y su hijo está cursando el quinto año de Medicina.

Otra enfermera que muestra su liderazgo y amor por su profesión es Mélida Medina, de 56 años. Ella es la jefa del Centro de Esterilización del hospital Luis Vernaza.

A sus 56 años, esta enfermera risueña dice que su profesión es noble y se basa en dar ayuda con amor a quienes más lo necesitan, los enfermos. “Somos los ojos y las manos de los médicos, los que controlamos, observamos, administramos los medicamentos; los escuchamos y estamos al lado de nuestros pacientes”, manifiesta.

La mujer, quien trabajó varios años en cirugía, cuenta que es la única en su familia que siguió carreras de salud. “Siempre quise ser enfermera, desde que era niña, siempre me ha gustado ayudar al prójimo”.

La recompensa de su trabajo, expresa, es la gratitud de los pacientes que ha atendido en sus 35 años de profesión.