En Ecuador, el promedio diario de casos de COVID-19 en lo que va de este 2021 es superior al del 2020. Aquí, como alrededor del mundo, la expectativa por acceder a la vacuna domina la agenda. Algunos países reciben cientos de miles, incluso millones, de dosis, y otros solo obtienen pequeños embarques, como en el caso de Ecuador.

La población exige celeridad, eficiencia y transparencia respecto del programa de vacunación, mientras gobiernos locales y representantes privados de la salud solicitan que se les permita gestionar una parte de las vacunas. Sin embargo, los esfuerzos de las farmacéuticas son insuficientes para producirlas.

Ante el desbalance y la angustia que genera el aparecimiento de nuevas variantes del virus, para las cuales algunas vacunas ven disminuida su efectividad, se vuelve imperativo acelerar la inmunización en los países, a un mismo ritmo, a nivel planetario. Pero hace falta que la producción de vacunas se incremente.

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La Organización Mundial de la Salud (OMS) reclama a las compañías farmacéuticas, para ampliar la fabricación, que compartan la tecnología de sus vacunas, así se podrá aumentar en gran medida el suministro mundial. En esa línea, la ONU propone establecer un Grupo de Trabajo de Emergencia que impulse y coordine un plan en el que actúen los países con capacidades financieras y de desarrollar o producir vacunas. Su implementación depende de contar previamente con las respectivas licencias de las vacunas.

En una sesión de alto nivel del Consejo de Seguridad de la ONU, del pasado miércoles, su secretario general señaló que, en este momento crítico, la mayor prueba moral que encara la comunidad internacional es la equidad en la distribución de vacunas. Esa equidad tiene un sentido práctico: vacunar a ‘todo el mundo’ lo antes posible es la única manera de detener las mutaciones del virus, que le permiten seguir circulando. No basta con que unos se vacunen primero; si el virus no es erradicado, mutará y seguirá infectando y reinfectando. (O)