En las últimas décadas, Chile ha sido un referente en Latinoamérica. Los migrantes, cuando no optan por Estados Unidos o Europa, se dirigen hacia el extremo sur del continente. Sin embargo, el inconformismo que se había venido gestando entre ciudadanos jóvenes derivó en masivas protestas en 2011 y 2019, con un estallido de vandalismo sostenido.
Como resultado, Chile elabora una nueva constitución a la medida de las demandas de género, educación e ingresos, y acaba de elegir a un presidente que se lo asocia con la izquierda. Pero será el ejercicio del poder que dejará ver si Gabriel Boric tiene la fórmula para conciliar a los chilenos divididos entre el pánico por el avance de la izquierda y el optimismo de quienes esperan respuestas inmediatas.
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De los más de quince millones de empadronados en Chile, donde el voto es voluntario, un poco más de ocho millones acudió a las urnas el pasado domingo, favoreciendo en segunda vuelta a Boric, de la coalición Apruebo Dignidad, con el 55,9 % de la votación; mientas José Antonio Kast, del Frente Social Cristiano, obtuvo el 44,1 % (escrutado el 99,9 % de los votos). En la primera vuelta, Kast obtuvo 27,9 % de la votación y Boric el 25,8 %.
Cabe desearle éxito en su gestión al presidente electo de 36 años, como lo han hecho varios mandatarios que se sitúan en la otra orilla ideológica. Ayer mismo el presidente saliente, Sebastián Piñera, invitó a Boric a un almuerzo de trabajo en el Palacio de La Moneda para preparar el traspaso del mando; hablaron sobre temas presupuestarios, relaciones internacionales y gestión de la pandemia.
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Algunos analistas consideran que el triunfo de Boric obedece a su sintonía con un electorado joven. Ante ello hay que ponderar que aunque la irrupción de las redes sociales ha amplificado las voces disidentes, la realidad es que los recursos son finitos y en la medida en que Boric establezca prioridades, y la responsabilidad con la que lo haga, se verá si opta por pensar en el conjunto de la población o en mantener un electorado afín. (O)