En tiempos en que los valores parecen desdibujarse, donde ser honesto parece no tener valor, la vida de don José María Triviño, conocido por todos como Don Pepe, resplandece como un faro de integridad. Fue un hombre con templanza, cuya honradez no admitía medias tintas ni excusas, y cuya palabra valía tanto como un contrato firmado. A lo largo de su vida se mantuvo firme en sus principios, guiado por la convicción profunda de que la verdad y la justicia no son negociables.
Muchas anécdotas giran en torno a su recuerdo. Nacido en 1923, fue un hombre a quien le gustaba el campo, era trabajador, amigo leal, sincero, humilde y de palabra. En la vida pública ocupó diversas dignidades: comisario, jefe político y concejal del cantón Balzar, siempre su accionar estuvo dirigido al bienestar colectivo.
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Lo que realmente distinguía a Don Pepe no era solo su rectitud, sino su tenacidad incansable para enfrentar la injusticia. Desde causas comunitarias hasta actos cotidianos de valentía moral, su compromiso con el bien común fue inquebrantable. Peleó por quienes no tenían voz, defendió lo correcto incluso cuando eso lo dejaba solo, y siempre encontró fuerza en su conciencia limpia.
Ejemplos hay muchos. En los años 70, controlando a rajatabla los pesos y medidas y los precios de los alimentos del cantón combatiendo la especulación; o como aquella vez, a inicios de los años 80, en que interpuso una denuncia ante el gobernador de la provincia del Guayas contra el jefe del destacamento policial por abuso de poder y corrupción, fruto de esto el denunciado fue removido de su cargo. O cuando impidió la venta fraudulenta de la antigua planta eléctrica del cantón Balzar, alzando su voz y motivando al pueblo para defender lo que era suyo. Nunca se quedó callado ante lo incorrecto, aunque eso implicara riesgos personales.
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Incluso sus adversarios reconocían su integridad. En su tiempo como concejal, según palabras de la propia secretaría de la alcaldía –militante del bando político opuesto–, Don Pepe fue el único concejal que jamás pidió un centavo, ni siquiera para viáticos.
Tengo innumerables recuerdos de mi niñez: de aquellas personas de escasos recursos que acudían a él en busca de ayuda ante problemas cotidianos. Desde trámites incomprensibles para el humilde hasta injusticias como la detención arbitraria de algún familiar, Don Pepe siempre estuvo dispuesto a ayudar. Lo hacía con entrega, usando su tiempo personal, sin esperar ni pedir nada a cambio.
Un expolicía municipal dijo una vez: “El Ecuador necesita al menos ochenta personas como Don Pepe para enderezar este país tan torcido”.
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Don José María Triviño partió de este mundo en el año 2016, a los 93 años de edad. Nos deja el eco de sus acciones, más elocuentes que cualquier discurso. Su ejemplo no se impone, sino que inspira. Nos enseñó que la verdadera grandeza no reside en el poder, sino en la coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace.
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Su vida fue una lección silenciosa, pero profunda. Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo llevamos su legado como brújula moral, una guía firme en un mundo a menudo incierto. Don Pepe ya no está entre nosotros, pero su memoria vive, recordándonos que la honradez y la dignidad son innegociables. (O)
Pedro Javier Triviño Rodríguez, biólogo, Barcelona, España