El título de estas líneas va entre interrogantes, muy a propósito, porque se empieza a pensarlo también sin interrogantes. Como que el Gobierno del encuentro no atina con quién encontrarse o nadie quiere en realidad encontrarse con él. No es un juego de palabras, es un juego macabro con la esencia misma del ser ecuatoriano. Vivimos, cada año con más fuerza, circunstancias inéditas en nuestra siempre agitada vida institucional; somos dirigidos desde afuera, por integrantes de un grupo político que logró captar el poder en algunas naciones latinoamericanas, para un fin noble en sí: la solución de problemas ancestrales de (una parte) nuestra población. Este anhelo justo con el tiempo se convirtió en un estilo de vida boyante para quienes estuvieron y están detrás de estas ambiciones creando permanente inestabilidad política en algunas naciones y propiciando la persecución de todo gobierno alejado ideológicamente de sus rentables libretos de acción.
En estos meses Ecuador está siendo atacado por un minúsculo y muy poderoso grupo de ecuatorianos que vive fuera y dentro de la patria. Algunos de ellos han sido sentenciados por nuestra justicia o tienen procesos en marcha. El descaro es su tarjeta de presentación. Una Asamblea Nacional cívicamente miope y reacia a demostrar que tiene calidad intelectual sirve a quienes desde fuera manipulan sus legítimos intereses para convertirles en agentes de episodios inusuales. Ecuador ha vivido en su historia momentos muy difíciles, pero aquellos fueron tiempos en los que todavía se podía separar con enorme claridad el bien y el mal y como pueblo sabíamos a qué atenernos. Un número significativo de compatriotas estamos cayendo ahora en ese peligroso estado de no ser, para la democracia, ‘ni chicha ni limonada’, es decir, una peligrosa masa amorfa y por demás gelatinosa.
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A grandes males grandes remedios, aprendimos alguna vez. Al toro por los cuernos, nos enseñaron. Es hora de cortar aquellos brotes que infectan o debilitan nuestro árbol democrático. La justicia anda perdida en una maraña de instancias, no recuerda para qué sirve. La Asamblea Nacional desdice de sus funciones. El origen de estos males, además de la apatía cívica nacional, está en buena parte en la Constitución de Montecristi, que debe ser abolida mediante un referéndum que ponga en vigencia la Constitución de 1998 mientras se trabaja en una nueva Carta Magna. “Nunca hará nada quien todo lo deja para mañana”. (O)
David Samaniego Torres, Salinas
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