Quiero compartir mi historia de salud para inspirar a quienes enfrentan un diagnóstico grave, como la fibrosis pulmonar, y a aquellos que buscan un testimonio de fe y resiliencia.
A los 11 años, mientras estudiaba en el colegio San José La Salle, un médico local me diagnosticó leucemia. Mi familia me llevó al Johns Hopkins Hospital en Baltimore (EE. UU.), donde descartaron la leucemia y diagnosticaron una enfermedad del colágeno. En un mes, regresé sano. Años después, en el tercer año de colegio, me diagnosticaron epilepsia, pero exámenes en Baltimore también descartaron esta condición. Estas experiencias forjaron mi vocación por la medicina, con el deseo de evitar que otros pasaran por lo mismo.
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Me gradué como médico en 1980 y trabajé 33 años en el Hospital Gineco-Obstétrico Enrique C. Sotomayor, además de ser docente universitario durante 27 años. Formé una familia con mi esposa, a quien conocí a los 18 años; tuvimos tres hijos y hoy tenemos siete nietos. Combiné con dedicación la medicina pública, la docencia y mi práctica privada.
En 2017, una radiografía reveló una patología en los pulmones. Tras consultas y una biopsia en EE. UU., me diagnosticaron enfermedad intersticial pulmonar. En 2020, mi salud pulmonar empeoró, y un problema prostático derivó en varias cirugías. Durante una de ellas, una sepsis agravó mi condición pulmonar, dejándome dependiente de oxígeno.
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En octubre de 2023 fui evaluado en el Jackson Memorial de Miami para un trasplante pulmonar. En enero de 2024, con mi salud crítica, viajé de emergencia. En terapia intensiva y conectado a ECMO, encontraron pulmones compatibles. Aunque una prueba de COVID-19 dio positiva, el equipo médico, con autorización de mi familia, decidió realizar el trasplante el 4 de febrero de 2024. La cirugía, complicada por un sangrado, fue exitosa.
Desperté con una nueva oportunidad de vida tras cuatro meses de recuperación en el hospital, reaprendiendo a caminar y realizar tareas básicas. En julio de 2024, una infección urinaria me obligó a reingresar al hospital, pero lo superé gracias al apoyo médico, mi familia y mi fe. Nunca sentí miedo, siempre confié en Dios.
Hoy, en recuperación, valoro cada respiración y momento con mi familia. Agradezco a Dios, a mi esposa, hijos, nietos y a quienes oraron por mí. Mi eterna gratitud es para el donante de los pulmones que me dieron vida y su familia, a quienes llevo en mi corazón, aunque no los conozca.
Este testimonio refleja mi fe en Dios, la ciencia médica y la resiliencia familiar. Espero que inspire a otros a no perder la esperanza. (O)
Gabriel León Letamendi médico, Guayaquil