Somos seres humanos unidos por los mismos genes, la misma historia, el mismo principio, el mismo final: nacer, crecer, multiplicarse y morir. Todos la misma historia, que unos más u otros menos, pero todos el mismo final. La canción Somos el barco de Pete Seeger nos dice: “El arroyo fluye hacia el río y el río navega hacia el mar; el mar arrulla el barco donde navegamos tú y yo; muchas manos han construido aquella nave. El mar del mundo toca todas las arenas. Somos el barco; somos el mar. Yo navego en ti; tú navegas en mí”.

Los hijos: regalo de Dios

Yo tuve un accidente tras una operación de vesícula por el que tuve que vincularme con decenas de personas que no conocía. Yo, un médico que estaba acostumbrado a que todos vengan a mí, de repente me vi rodeado de mis hijos y valoré el verdadero amor de mi familia. Conté a los amigos que me visitaron, que fueron muchos, y más que todo a mis vecinos en la clínica Guayaquil. Estuve intubado ocho días y como 15 en la Unidad de Cuidados Intensivos; ahí entablé amistad con vivos y muertos. Con mis vecinos de hospedaje, a quienes no conocía, nos deseábamos lo mejor. Ahí comprendí que la vida solo pende de un hilo y también comprendí que el amor y la familia son fundamentales.

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Marcar la diferencia

Es conmovedora la historia de un granjero, ya viejo y enfermo, cuyo hijo le dice al nieto que lleve al anciano al granero frío y oscuro y le pide que le dé una cobija para el frío. El nieto regresó con la mitad de la cobija; el padre le preguntó por qué cortó la cobija, y el hijo le contestó: “Para cuando tú estés anciano igual te mandaré al granero para que te tapes con esta cobija”. Los hijos hacen lo que ven hacer a sus padres; se educa y se enseña con el ejemplo. El filósofo Baal Shem Tov dijo que toda persona proyecta una luz hacia el cielo, pero los pecadores siempre, siempre tendrán acceso al perdón. (O)

Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro