Cuando una persona accede a un cargo público, adquiere una gran responsabilidad porque su manera de pensar trasciende los confines privados de su mente para verterse en el imaginario popular. Lo que está en su cabeza se vuelve real y muchas veces ideas inocuas son peligrosas.

No es lo mismo que el tiendero de barrio diga que a los delincuentes hay que darles bala, que la vida de los presos no vale nada; es reprobable pero entendible, él no sabe de política criminal, no sabe que el Estado al encarcelar a un ser humano se vuelve garante de su seguridad, es responsable de lo que le pase allí dentro, al igual que sería responsable de si usted al ir manejando mata a alguien sin intención y debe ir tres años a la cárcel y no termine siendo torturado, violado, ni le corten la cabeza. Por otro lado, cuando un funcionario electo dice en televisión que la solución para paliar la delincuencia es que todos los ciudadanos de bien debemos andar armados, eso es una gran irresponsabilidad, porque estadísticamente se ha demostrado que a mayor gente armada mayor violencia; y para mala suerte de quienes nos gobiernan, ellos deben tomar decisiones basándose en datos, y no en las ideas que les salgan del hígado. Por esto, una declaración de tipo “los hombres de bien tienen permiso matar delincuentes”, va a derivar en que nos convirtamos en sociedad de asesinos, y los muertos siempre terminen siendo los más pobres, porque en vez de encontrar políticas para darles educación, salud y trabajo, al parecer la solución más sencilla para algunos políticos es que les demos bala. (O)

Francisco Andrés Ramírez Parrales, ingeniero, Samborondón