La Navidad es una de las celebraciones más profundas y significativas de la tradición cristiana y en su centro se encuentra el pesebre del Niño Jesús, símbolo universal de humildad, esperanza y amor. Más allá de luces, regalos y festividades, el pesebre recuerda el verdadero sentido de la Navidad: el nacimiento de Jesús en un entorno sencillo, marcado por la pobreza material, pero lleno de riqueza espiritual.

El relato evangélico sitúa el nacimiento en Belén, lugar donde protegen al niño en un pesebre. Esta imagen no es casual, representa un mensaje claro y vigente: Dios se manifiesta en la sencillez y se acerca a la humanidad sin privilegios ni ostentaciones. Cada elemento del pesebre posee un significado simbólico: el Niño Jesús representa la esperanza de un mundo nuevo, María entrega la fe y, de José, la responsabilidad de su trabajo sacrificado y silencioso. Los pastores, primeros en recibir la noticia, representan a los humildes y sencillos, mientras que los Reyes Magos simbolizan el reconocimiento universal, mostrando que el mensaje de la Navidad trasciende culturas, clases sociales y fronteras. La estrella de Belén, por su parte, guía y orienta, recordando que siempre hay un camino cierto cuando se actúa con certeza y designio.

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La tradición del pesebre, difundida ampliamente a partir de San Francisco de Asís en el siglo XIII, representa el contexto actual marcado por conflictos desigualdades y crisis sociales, el pesebre del Niño Jesús adquiere una vigencia renovada, su mensaje demanda a la sociedad a replantear prioridades a mirar al prójimo con mayor sensibilidad a construir relaciones basadas en la paz y justicia globales.

Celebrar la Navidad a la luz del pesebre no significa únicamente mantener una práctica, sino asumir un compromiso ético; implica compartir con quien más lo necesita, fortalecer los lazos familiares y promover la reconciliación comunitaria.

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El pesebre pone en el centro a los pobres, a los migrantes, a las familias que luchan por salir adelante buscando refugio; una realidad que hoy, se repite en millones de personas desposeídas desplazadas por la violencia, la pobreza o el cambio climático. En muchas regiones, especialmente en América Latina y en países como Ecuador, el pesebre sigue siendo un punto de encuentro familiar, religioso y espiritual por esencia. Finalmente, celebrar la Navidad hoy implica asumir el mensaje del pesebre como una guía práctica de vida, no basta con contemplar la escena; es necesario, traducirla en acciones concretas: solidaridad con quien requiere. El Niño Jesús en el pesebre no es solo una imagen del pasado, sino una invitación permanente a construir un futuro permanente de oración. (O)

Nelson Humberto Salazar Ojeda, escritor, Quito