Acudí al llamado de la Municipalidad de Guayaquil para recibir la primera dosis de la vacuna contra el COVID-19. La noche del martes tuve las llamadas y dos mensajes de textos enviados a mi teléfono celular, indicándome que al siguiente día a las 08:00 debía acudir a la Universidad Ecotec en la vía a la costa, para recibir la primera vacuna.

Acompañado de uno de mis hijos llegué. Habría cerca de 300 personas, entre los que ya estaban en los patios y los que recién llegábamos. Todo se hacía en orden. Adentro, se estaba bajo una cubierta y sentado. Pero a medida que otras personas ingresaban, empezaba el nerviosismo, la emoción o no sé qué era, y casi todos adultos mayores iban en contra de las indicaciones de los organizadores, quienes con tranquilidad y sin perder la compostura indicaban que se debían desplazar lateralmente y luego avanzar; daba la impresión de que no se entendía cómo debíamos desplazarnos hasta llegar a las mesas donde nos registraríamos. Era como si las vacunas se iban a terminar. Me dije: Aquí se manifiesta la picardía criolla.

Una vez revisado el registro, pasamos a un segundo lugar donde nos tomaron la presión y la temperatura, yo que siempre marco de presión 115/70, tenía 130/80. Los otros mayorcitos registraban de presión arterial 140/90, 150/90, no sé si por el trajín o la molestia de ver el desorden. Pasamos luego a una antesala, ya cómoda, climatizada, donde un personal amable, bien vestido y educado nos daba otras indicaciones previas a ponernos la vacuna. Luego fuimos a otra sala para el posvacunado donde se debía permanecer 20 minutos vigilados. Hubo personas que no esperaron ni 10 minutos y se fueron. Reparé en una persona que todo el recorrido lo hizo con bastón y dificultad para caminar, y una vez vacunada cargó su bastón y a buen paso se fue. (O)

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Luis Eduardo Rosero Cruz, ingeniero mecánico, Guayaquil