Mirar el rostro de una madre es comprender lo sublime y bello de la vida.

La encuentras en el aire que respiras, en el rayo de sol que ilumina el día, en el canto del jilguero, en la mirada de un niño, en la neblina de las montañas y en la espuma blanca del mar.

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Todo el que se cobija bajo el abrazo de una madre siente la presencia y bendición de Dios. El que vive rodeado de sus consejos y lo aplica en el diario vivir tendrá una vida plena llena de paz.

El Día de la Madre

El segundo domingo de mayo celebramos su día y es motivo de alegría, esperanza, gratitud y recuerdos.

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Alegría, porque es el centro de nuestro hogar, todo lo que destella es amor, es la riqueza verdadera del diario vivir, muchas veces buscamos fortunas por diferentes caminos de la vida sin darnos cuenta de que la tenemos ahí en ella y no la vemos, cuando despertamos vemos que es muy tarde, por eso hay que amarla y respetarla en todos los momentos de su vida.

Esperanza, es la ilusión de pensar que siempre la vamos a tener, porque estará con nosotros en las diferentes etapas de la vida dándonos la mano en el primer paso al caminar, enderezando nuestra juventud, sosteniendo nuestras alas al volar y luego en un silencio de su existir orando por nosotros, cómo no agradecer a Dios por su vida.

Gratitud por siempre, nada ni nadie en la vida se compara con su afecto y abnegación; es la representación en la Tierra del amor sublime de nuestro Creador, por eso el agradecimiento y reconocimiento de un hijo debe ser lo primordial de la vida, recordando siempre que el milagro de existir está en ella y en todas las mujeres que crían, dan amor y cuidados a aquellos niños que en el recorrer de la vida los encontraron. Recordemos que fue la santísima madre María que trajo al mundo la luz de la verdad, nuestro Padre Celestial Jesús, siendo uno de sus mandamientos: “Honrarás a tu padre y madre”.

Para recordar sobre el Día de la Madre

Los recuerdos afloran a nuestras mentes y corazones cuando no la vemos, ya sea porque dejó esta existencia terrenal, o cuando una enfermedad borra su memoria y desearíamos que se aclare su mente un minuto, un instante, para repetirle “te quiero”. Nos sentimos solos en este mundo cada vez más conflictivo, cuando te sientes herido, cuando el mundo se acaba a tus pies o la maldad clava ardiente tu corazón, exclamamos: ¡madre que falta me haces!

Hoy, a pesar de las circunstancias, abrázala, ámala, cuídala, un “te quiero” cambia al mundo. (O)

Alicia de Jesús Carriel Salazar, docente, Guayaquil