El segundo domingo de mayo se dedica especialmente a la madre. Es entonces un día excepcional que invita a la meditación, a la hondura, la felicidad, pero también de lágrimas. Pensar en nuestra madre y en todas las madres, vivas y muertas, es tanto como burilar nuestro espíritu en aras de una consagración elevadamente humana, como despertar a una vida diferente en donde hemos de depositar el alma, la idea y el cuerpo para cambiar el rumbo a un norte positivo.
Que nuestras madres sean el ejemplo del sacrificio, del paradigma de amor y del trabajo; el espejo de la sensibilidad infinita, la abnegación, el esfuerzo y sacrificio. La sensibilidad humana se ha volcado siempre a través de los siglos en forma de poesía, de música, arte plástico, para ensalzar a la madre; el ser que ha cultivado y sublimizado amor a los hijos en su ineludible misión de dar vida y sustento a un nuevo ser, y darles enseñanzas de moral y buenas costumbres. En sus manos están nuestras vidas y almas al nacer. ¡Señor, Dios, bendito seas porque nos diste madre! (O)
Esneyder Castro Salvatierra, docente, Jipijapa