No solamente sonaba para entrar a clases, sino también para salir de ella. No sé cuál de las dos me hacía temblar más, la de alegría o la de pesar. Definitivamente estoy seguro de que con la campanada de entrada era triste y con la otra feliz.
¿Quién diría que al cabo de cincuenta años la cosa cambiaría? Cuánto daría por volver a sentir esas emociones, pero al revés. Ya lejos quedaron las aulas de “la dulce infancia y juventud”. Extraño eso. No me conformo con la rapidez con la que pasó.
Hoy nosotros, los compañeros y amigos, pintamos canas, arrugas, calvicies. Otros ya no están con nosotros, migraron allá donde solo repican campanas de gloria eterna. Como en un abrir y cerrar de ojos, como un rayo, el “sin par” San José cerrará sus puertas para siempre. Nos veremos allá donde solo nos quedan “los fulgores del sol”. (O)
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Roberto Montalván Morla, Guayaquil