La reciente consulta popular y referéndum dejó un mensaje claro: la ciudadanía no está dispuesta a emprender un nuevo proceso constituyente.
El “no” expresó dudas, reservas y también la percepción de que la Constitución vigente, pese a sus limitaciones, no es el principal obstáculo para los cambios que el país necesita. Sin embargo, más allá del resultado político, ¿qué significa realmente todo esto desde el ámbito educativo?
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Si la respuesta hubiera sido “sí” en la pregunta cuatro, hoy estaríamos entrando nuevamente en campaña para elegir asambleístas constituyentes y comenzar un proceso de reflexión nacional sobre cómo debería ser una nueva constitución. Habría debates, propuestas, tensiones y miradas diversas sobre el país que deseamos construir. Sin embargo, la mayoría dijo que no. Y esta decisión revela algo importante: necesitamos entender mejor lo que ya tenemos antes de derribar o reescribirlo.
Aquí aparece el papel fundamental de la educación. Estudiantes y docentes deberían conocer la Constitución, leerla, analizarla, cuestionarla y comprender sus alcances. No se requiere una formación jurídica avanzada; basta con la capacidad de trabajar en equipo, debatir y contrastar ideas. Por ejemplo, desde las aulas es posible examinar el Título I para preguntarnos si ese Ecuador, basado en principios como dignidad, justicia, igualdad y solidaridad, coincide con nuestra realidad y nuestras aspiraciones. También es necesario revisar el Título II, sobre derechos y deberes, para debatir si estos se cumplen, si nos representan y si realmente garantizan oportunidades para todos.
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El momento político demuestra que no basta con elegir entre “sí” o “no”. El país necesita propuestas que nazcan del diálogo, del pensamiento crítico y de la participación. Y eso empieza en las escuelas y colegios. Formar estudiantes que comprendan su Constitución es formar ciudadanos que no esperan a que otros decidan por ellos, sino que aportan con ideas, proyectos y visión de futuro.
Hoy, más que nunca, necesitamos pensar en políticas de Estado, no de gobierno, que trasciendan los ciclos electorales y apunten al mediano y largo plazo. Si aspiramos a un Ecuador mejor, la educación debe ser el punto de partida: el espacio donde se desarrolla la capacidad de soñar, de argumentar y de construir juntos. Porque un país cambia no solo cuando vota, sino cuando aprende, reflexiona y actúa colectivamente. (O)
Carlos Manuel Massuh Villavicencio, magíster en Gerencia Educativa, Daule