Un ministro de Salud -quien renunció el 26 de febrero- se desesperaba por vacunar en primer lugar a sus familiares, allegados, y supuestamente a legisladores, ministros, gobernadores, personas particulares de alta posición económica, política, social, como expresidentes de la República, exministros, periodistas, rectores de universidades, diplomáticos retirados; bien podían pasar a un listado general de personas que requieren ser vacunadas por sus antecedentes médicos o generacionales, pero se provocó negligentemente no vacunar primero a los médicos y personal que se encuentra en primera línea enfrentando la pandemia en clínicas públicas y privadas, centros hospitalarios; y en una segunda campaña de vacunación hacerlo al resto de personas adultas mayores, grupos vulnerables, que podrían junto a privilegiados vacunarse después.

No quisiera ponerme como ejemplo pero dadas las circunstancias debo hacerlo, pues habiendo ejercido mi profesión de abogado más de 65 años y servido a mi país más de 30 años en cargos públicos, lo hice de manera honesta y ética. Estoy jubilado con pensión escuálida, 92 años de edad, artrosis, discapacitado audiovisual. No sé si algún día podamos vacunarnos mi señora y yo, vivimos modestos, aislados por la pandemia. Es intolerable el actuar de autoridades, desde la presidencia y los que coordinan la escuálida vacunación que hasta aquí han realizado, y que también por incapaces deberían renunciar. Recién se acuerdan de recurrir a otros laboratorios internacionales cuando ya las circunstancias se han apoderado de la ineficacia del Gobierno. Quizás la vacunación nos llegue cuando estemos muertos. (O)

Efraín Guillermo Vásquez Landívar, doctor en Jurisprudencia, Guayaquil