La historia de la computación cuántica es un viaje fascinante: de los cuantos de energía de Planck en 1900 (origen de la física cuántica) a los procesadores de Google e IBM en el siglo XXI. Cada hito ha sido un paso hacia lo que hoy parece inevitable: una tecnología con la capacidad de alterar los cimientos de la economía, la seguridad y la ciencia. Sin embargo, en esa línea de tiempo se esconde también un dilema: ¿estamos preparados para asumir las consecuencias de lo que construimos?

Responsabilidad médica, límites administrativos y falencias estructurales

Cuando Richard Feynman propuso en 1981 que solo una computadora cuántica podría simular la naturaleza, difícilmente imaginaba que cuatro décadas después se hablaría de “supremacía cuántica” y de una criptografía en riesgo. Peter Shor, con su algoritmo de 1994, anticipó lo que ahora es una preocupación global: las computadoras cuánticas podrían romper los sistemas de seguridad que sostienen la banca, los gobiernos y la vida digital de millones de personas.

El avance es innegable. De laboratorios con 5 qubits hemos pasado a procesadores con cientos, y la proyección de alcanzar miles en la próxima década parece realista. Pero la pregunta central no es solo técnica. La interpolación funcional de esta línea de tiempo muestra que cada avance teórico encontró rápidamente un uso práctico, y esos usos no siempre han venido acompañados de reflexión ética ni de regulación oportuna.

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Necesitamos inversión extranjera

¿Qué ocurrirá cuando la computación cuántica deje de ser un experimento y se convierta en una herramienta cotidiana? Sus aplicaciones en medicina, energía y cambio climático son esperanzadoras. Pero sus riesgos en privacidad, defensa y concentración de poder no pueden ignorarse. Si la IA ya plantea dilemas éticos urgentes, la computación cuántica promete multiplicarlos.

La línea de tiempo de la computación cuántica está aún en construcción. El reto, más que científico, es político y social: decidir cómo y para qué usaremos una tecnología capaz de reconfigurar la base misma del conocimiento y de la seguridad global. No basta con maravillarnos ante su poder; es imprescindible establecer desde ahora los límites y las reglas que orienten su despliegue. De lo contrario, podríamos llegar tarde a la cita con nuestro futuro. (O)

Jorge Ortiz Merchán, máster en Economía y Políticas Públicas, Durán