En las últimas décadas las alertas de tsunami han sido una constante en la narrativa de riesgo costero en Ecuador. Cada cierto tiempo se difunden mensajes que generan temor en la población, ocasionando que muchas personas eviten visitar las playas del país, como Salinas (Santa Elena), Puerto López (Manabí), o las costas de Esmeraldas. Sin embargo, es importante preguntarse: ¿realmente existe un riesgo inminente que justifique estas alertas reiteradas? ¿O estamos frente a un fenómeno que, sin ser ignorado, ha sido sobredimensionado?

Una de las razones geográficas más contundentes para replantear el nivel de alarma con el que se maneja la amenaza de tsunami en Ecuador es la posición estratégica del archipiélago de Galápagos. Estas islas, situadas a unos 1.000 km de la costa continental, actúan como una barrera natural frente a posibles movimientos de agua originados por sismos en el océano Pacífico.

El país requiere un plan de prevención de riesgos

Además de su ubicación, las islas Galápagos están rodeadas por una cordillera submarina de gran tamaño que funciona como una escollera natural. Esta estructura geológica tiene la capacidad de amortiguar la energía de las olas que pudieran generarse a raíz de un terremoto marino, disminuyendo significativamente el impacto potencial sobre las costas ecuatorianas.

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Otro factor natural que ha sido poco considerado en los discursos alarmistas es la acción de las corrientes oceánicas. Tanto la corriente de Humboldt, proveniente del sur, como la corriente de El Niño, con dirección este, interactúan con el sistema de islas y cordilleras submarinas de tal forma que muchas veces los flujos de agua tienden a desviarse hacia zonas menos expuestas del litoral ecuatoriano.

Parte de Manabí está en crisis vial y de agua potable

Este comportamiento oceánico, en combinación con la geografía marina del país, refuerza la idea de que el riesgo de un tsunami directo y devastador en la costa ecuatoriana continental es bajo, aunque no completamente inexistente.

Si bien la prevención es clave en cualquier sistema de gestión de riesgos, la emisión frecuente de alertas sin una base científica sólida o sin una contextualización adecuada puede causar efectos negativos. En muchas comunidades costeras, el temor infundado afecta la economía local, en especial el turismo y las actividades comerciales que dependen de la visita de turistas nacionales y extranjeros.

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Necesitamos más seguridad

Es fundamental que las instituciones encargadas de monitorear los fenómenos naturales, adopten un enfoque más responsable y basado en evidencia científica cuando emitan alertas. La información debe ser clara, contextualizada y enfocada en educar e instruir sistemas operativos, no en alarmar. (O)

Juan Lilliegren Campos, economista, Guayaquil