En 1967, una estudiante de doctorado en Inglaterra detectó un misterioso patrón en el cielo que cambiaría la astronomía. Jocelyn Bell Burnell descubrió los púlsares, pero el reconocimiento terminaría en manos de su tutor Antony Hewish.
El Nobel de Física de 1974 premió a Hewish y Martin Ryle, dejando fuera a la mujer de 31 años que realmente hizo el hallazgo. Su exclusión demostró que incluso en la ciencia hay discriminación y generó un debate sobre quién merece el crédito.
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El descubrimiento de Jocelyn Bell que fue ignorado por el Nobel
Bell Burnell analizaba más de 100 páginas diarias de datos del radiotelescopio Mullard, que ella misma ayudó a construir cuando era estudiante. Entre un mar de registros, identificó una señal repetitiva que bautizó como “little green men” (hombrecillos verdes), al no poder atribuirla a interferencias conocidas, según Live Science.
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El 28 de noviembre de 1967 encontró pulsos regulares cada 1,3 segundos, confirmando que no se trataba de ruido terrestre. En las semanas siguientes halló cuatro señales similares en distintas zonas del cielo, lo que llevó a publicar el descubrimiento en la revista científica Nature bajo el nombre que le atribuyó.
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La prensa convirtió el hallazgo en un espectáculo, con titulares sobre vida extraterrestre y preguntas sexistas sobre su apariencia y vida personal. Sin embargo, pronto se demostró que las señales provenían de púlsares: estrellas de neutrones que giran rápidamente y emiten haces de radio como faros cósmicos.
A pesar de su hazaña, en 1974 el Nobel le adjudicó el logro solo a Hewish y Ryle, negándole a Bell Burnell la gloria académica. Décadas después, a sus 75 años su legado fue reivindicado: en 2018 recibió el Breakthrough Prize de 3 millones de dólares, que donó para becas y consolidó su lugar como pionera de la astronomía moderna.
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