Al final del verano, cuando la misa del mediodía termina, Juana Alulema —antes de abandonar la iglesia— enfila sus pies hacia el Señor de la Justicia, que está sentado en el costado diestro del altar principal. Sus movimientos pausados y su cabellera mayormente blanca, revelan sus 94 años. Apenas llega, con dificultad se hinca y —con sus ojos fijos en los del Señor— toma su manto blanco y frota su rostro, mientras las velas danzan por la delicada brisa que llega desde la plaza. Ella vive en Latacunga y cada vez que visita a su hija en Quito participa de la misa en la iglesia Santo Domingo.
Como Juana, mucha gente visita la iglesia para participar de la misa, para el acto de confesión, para dar gracias, para pedir ayuda a Dios o para admirar las obras de arte y su fascinante construcción. Pero el Convento Santo Domingo no se reduce a la iglesia, hay mucho más. Hoy vamos a descubrir qué hay en su interior.
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En 1.540 inició la construcción de esta iglesia y de todo el convento, después de que los reyes españoles católicos entregaron a la comunidad de padres domínicos un solar de 22 mil metros cuadrados. Después de 148 años —en 1688— concluyó la obra.
Pero, ¿qué comprende el complejo conventual de Santo Domingo?
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Comprende la iglesia, la capilla de la Virgen del Rosario, la capilla de Pompeya, la cripta, el refectorio, el museo dominicano de arte Fray Pedro Bedón con sus tres salas, la biblioteca, tallas y obras de arte de la Escuela Quiteña y de Europa, la Unidad Educativa San Fernando y seis grandes claustros o patios.
Desde 1.541 hasta hoy lo llaman el Convento Máximo, porque es el más grande de todos los conventos que tienen los domínicos en Ecuador, que son prácticamente todos del Siglo XVI: Latacunga, Ambato, Cuenca, Guayaquil, Loja, Ibarra y las misiones de Canelos y Pastaza. De hecho, los domínicos se formaron aquí, después fueron a las distintas ciudades.
La plaza Santo Domingo mide unos 7.200 metros cuadrados. Recibió este nombre por el monumental convento que tiene como vecino, pues, justo en el flanco oriental donde muere la plaza, nace el convento. Ahí, en esa gigantesca pared está la puerta del museo que permite descubrir la historia, la cultura, la religión, la fe que atesora la Orden de Santo Domingo.
Una vez cruzado el umbral se dibuja la sala Dominical, donde prevalece Santo Domingo de Guzmán, una escultura de madera tallada, estofada y policromada del siglo XVIII, atribuida a Bernardo de Legarda. Después, el guía, Vicente Ramos, abre otra puerta de gran tamaño —como todo en el convento— y se divisa un vasto claustro o patio con estilo tradicional, con una fuente de piedra en el centro y jardines que albergan cítricos, arbustos de Romero y una Palma Andina conocida como coco cumbi. Los flancos del patio: oriental, norte y sur, tienen unos corredores cercados por grandes columnas, en cuyas paredes reposan varios retablos que fueron sacados del crucero de la iglesia, porque descubrieron que detrás de ellos había frescos originales del Siglo XVII con las mismas pinturas. Más adentro hay otros cinco claustros del mismo tamaño, pero modificados de acuerdo a las necesidades.
En el costado norte del patio se exhiben las tres salas del museo dominicano de arte Fray Pedro Bedón llenas de pinturas y esculturas de los siglos XVII y XVIII, de la Escuela Quiteña y europea. La mayoría de sus autores son anónimos. Guarda también bordados de ornamentos sagrados.
Iglesia
Caminando hacia el sur por el costado oriental del claustro, en el vértice, hay una puerta que desemboca en la iglesia Santo Domingo, justo en el sitio del púlpito. Si miramos hacia arriba, descubrimos un tumbado cóncavo de color celeste, como luce —muchas veces— el cielo que cobija a la ciudad de Quito.
La arquitectura del tumbado de la iglesia, trabajado en madera, se materializa en un artesonado mudéjar con 34 mil tablas ensambladas sin clavos, que siguen la geometría propia de las construcciones inspiradas en los árabes del sur de España y del sur de África.
Esta técnica de acoplamiento o tejido de retazos de madera sin usar clavos favorece notablemente a la ciudad de Quito, considerada de alta actividad sísmica, porque cuando se presentan los movimientos telúricos las maderas se mueven, pero no se desarman.
Pero, claro, las construcciones que —entre sus materiales— usan madera, tienen al acecho un enemigo silencioso, el fuego. Y, sí, este enemigo decidió —en 1848— manifestarse en un incendio en esta iglesia que fue construida al estilo típico colonial, entonces, la parte quemada fue redecorada al estilo europeo de la época, el neoclásico que se caracteriza por imitar el arte grecolatino de hace dos mil años. Para mantener equilibrio con ese estilo, en los pasillos de las capillas laterales, se construyeron varias columnas que no sostienen nada, son solo decorativas. Los vitrales trajeron de París, donde figuran: la virgen del Rosario con el niño, Santa Catalina de Alejandría, la filósofa pagana, Santa María Magdalena, Pedro de Verona Mártir y Santo Domingo de Guzmán. “Los franceses tienen la mejor técnica de vitrales. Fíjate que llevan ahí 150 años y no pierden un ápice el color: el azul y el dorado se mantienen y ahí da el sol toda la mañana, estos soles de Quito que te queman cualquier color, es decir, es la calidad del cristal”, explica el padre Roberto.
Las diez capillas laterales, ubicadas cinco a cada lado de la nave de la iglesia, también se reformaron, antes eran independientes, ahora se intercomunican entre ellas, permitiendo que los fieles puedan caminar con libertad en sus visitas y celebraciones; y los turistas en sus observaciones.
Si miramos desde la plaza: como un sólido obelisco se levanta la torre —de 38 metros de altura— terminada en una cruz metálica. Más abajo de la cruz hay cuatro relojes, incrustados uno a cada lado del remate de la torre. Los relojes funcionan gracias a un motor alemán de 1.928 que está fuera de uso. Después se divisa una especie de balcón con pasamanos. Si seguimos bajando la mirada descubrimos el campanario —gracias a que las ventanas verticales dejan ver las campanas— después hay una terraza a la altura del tejado de la iglesia. La forma y detalles de esta torre otorgan la identidad visual de este templo en el centro histórico de Quito.
La Orden de Santo Domingo —conocida como Orden de Predicadores— fue fundada en el Siglo XIII por Santo Domingo de Guzmán y oficializada por el Papa Honorio III, el 22 de diciembre de 1.216, en Toulouse, Francia, cuya misión era la predicación, arrojando como resultado grandes predicadores domínicos en el ámbito de las misiones, de la vida eclesiástica y del ámbito universitario.
“Esta orden tiene el mérito de haber entendido desde el principio la injusticia de la conquista. Yo soy español y te estoy diciendo esto, porque lo he estudiado bastante”, afirma el padre Roberto Fernández Iglesias, domínico español radicado en Ecuador desde 1973.
El padre Roberto tiene 72 años. Nació, estudió Filosofía y entró a la Orden de Santo Domingo en España. A los 21 años vino a Ecuador para estudiar Teología institucional. Hizo una maestría en Teología dogmática en Argentina y una especialización en Teología moral, en Suiza. Desde el 1.983 hasta 2.020 fue profesor de Teología dogmática y moral en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Hace cuatro años se jubiló.
Cuando los domínicos llegaron a tierras americanas, en septiembre de 1510, desembarcaron en República Dominicana. El 21 de diciembre de 1511, en el tercer domingo de adviento, el fraile domínico Antón de Montesinos se subió al púlpito y pronunció un sermón de once líneas, dejando claro su desacuerdo con el colonialismo.
Pero, ¿qué decía aquel sermón? Interpretando al evangelio de Juan el Bautista «Yo soy la voz que clama en el desierto», Montesinos se permite decir: «Yo soy la voz de Cristo que clama en el desierto de esta isla». Llamarle desierto a la isla de Santo Domingo que era un vergel, era un sacrilegio, pero él se refería al aspecto moral, explica el padre Roberto.
El sermón se pronunció frente a españoles, conquistadores: Todos estáis en pecado mortal por el mal trato que dais a esta gente. ¿Estos no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Cómo es que todos los días se mueren por decenas por los trabajos onerosos a los que los sometéis? ¿Cómo atacáis a esta gente que vivía pacífica en sus tierras, dueños de sus propiedades y todo les habéis quitado por la sed de perlas y joyas de oro? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís…? Pues en ese estado moral en el que estáis no os podréis salvar. Sois como moros musulmanes que no creen ni cumplen la ley de Cristo. Es parte del sermón explicado por el padre Roberto.
La orden de Santo Domingo ha formado a miles de profesores de teología que enseñan por todo el mundo: personajes de la época Medieval como Santo Tomás de Aquino, San Alberto Magno; del Renacimiento: Francisco de Victoria, Bartolomé de las Casas, Tomás Cayetano y en la actualidad los teólogos del Concilio Vaticano Segundo como el padre Yves Congar, cuyos libros se siguen estudiando en todas las facultades de teología del mundo.
Otro logro de la orden lo consiguió el padre domínico, Diego de Deza, confesor de la Reina Isabel La Católica, a él le pareció que el plan de Cristóbal Colón tenía vigencia y gracias a su influencia la Reina aceptó apoyar la expedición. Colón escribió en su diario: al padre Diego de Deza se debe el descubrimiento de estos territorios. La Reina Isabel y el Rey Fernando dispusieron que en todas las ciudades que se funden de nuevo, el cabildo tenía que asignar a las órdenes religiosas que llegaran, un espacio físico para construir iglesia, convento y sitios de estudios, cuenta el padre Roberto.
La Fundación española de Quito fue en 1.534. Los domínicos llegaron en 1.541 y recibieron, por disposición de los reyes católicos, un solar de 22 mil metros cuadrados, que tiene la proyección kilómetro cero, para construir el convento, la iglesia y un espacio para centro de estudios.
En esta iglesia —desde 1.580— se dictaron clases de quichua para que los misioneros y todo el clero de la ciudad aprenda el idioma de los indígenas, gracias a la primera gramática que escribió Domingo de Santo Tomás, un domínico que trabajó en Perú y la publicó en 1.560 en Valladolid. Esta es una de las razones por las que la fe prendió tan rápido en el alma indígena, porque oyeron la predicación en su propia lengua.
Para la construcción de la iglesia, los domínicos trajeron al arquitecto Francisco de Becerra, que ya había trabajado con los domínicos en Puebla y en Lima.
—¿Por qué un arquitecto era tan importante para los domínicos? —se pregunta el padre Roberto. —Porque no venían en plan de una semana, venían a quedarse y necesitaban una construcción que tenga lo que tiene que tener todo convento: una iglesia, espacios para el encuentro con la gente y retroalimentación, porque el dominico tiene que contemplar, estudiar, orar y transmitir a los demás todo el fruto de esa preparación. Además, una buena biblioteca. En consecuencia, en seguida hicieron colegio, escuela y universidad —reflexiona el padre Roberto.
Biblioteca Fray Ignacio de Quezada del convento Santo Domingo
Después de dejar el museo, la siguiente parada obligatoria es la Biblioteca Fray Ignacio de Quezada, una de las bibliotecas más grandes, más importantes, más antiguas y completas de la Colonia en América. “Tenemos la mejor biblioteca colonial del Ecuador”, asegura el padre Roberto.
Apenas se cruza la puerta el olor a madera y papel añejo inunda los sentidos, los libros de gran volumen acomodados en los escaparates, parecen infundir solemnidad y respeto, como si estuvieran ahí solo para ser contemplados y no tocados. El guía —utilizando guantes negros— enseña una biblia abierta de gran tamaño ubicada en un pedestal en el centro de la sala y explica que está escrita en siete idiomas, considerados lenguas principales: hebreo, samaritano, caldeo, griego, siriaco, latín y árabe.
El espacio de la biblioteca —construido en cedro rojo— es una sala rectangular, hay dos escaleras de caracol a cada extremo para alcanzar algunas estanterías que reposan en la parte alta de la sala.
“Podríamos decir que es una biblioteca museo porque la mayor parte de la bibliografía esta escrita en latín. Mucha gente pregunta:
—¿Se puede venir a consultar?
—Obviamente, eruditos y estudiosos claro que pueden—. Pero no es una biblioteca pública en el sentido coloquial de la palabra”, dice el padre Roberto.
Entre los treinta mil ochocientos cuarenta y siete volúmenes de libros encuadernados que existen en la biblioteca están las Sumas teológicas, las primeras que llegaron al continente americano. Son tratados de teología escritos en el Siglo XIII por el domínico santo Tomás de Aquino, consideradas obras muy importantes de la teología medieval.
Los domínicos fundaron la Universidad de Santo Tomas de Aquino y (Vicente) Rocafuerte les quitó, usurpó para transformarla en la Universidad Central del Ecuador. En los estatutos de esta universidad se sigue llamando Universidad de Santo Tomas de Aquino Central del Ecuador, asegura el padre Roberto.
Los Jesuitas habían sido expulsados de Quito en 1.767, prosigue el padre Roberto, ellos tenían la universidad de San Gregorio, que quedó decapitada, entonces, la universidad de Santo Tomás de Aquino acogió a sus estudiantes y heredó sus predios.
Después de que la universidad se fue, los domínicos crearon la escuela Santo Domingo y el colegio San Fernando, ahora unidad educativa con enseñanza primaria y secundaria para tener siempre un alumnado en quien sembrar, porque no se trabajaba solo en religión, se enseñaba matemáticas, latín, música, el trivium, el cuadrivium, todo el perfil intelectual de cualquier centro de estudios europeo, de hecho, la gran biblioteca actual atestigua que era una biblioteca bien surtida para poder retroalimentar la formación de estudiantes que no eran eclesiásticos, eran civiles que se graduaban aquí en derecho, en filosofía o en artes. Era muy novedoso que una ciudad de 15 o 20 mil habitantes tuviera dos universidades: la de Santo Tomás, además, con facultad de medicina, pues, bueno, era una semilla de conocimiento, ahí estudió y fue profesor Eugenio Espejo, él amaba este convento, relata el padre Roberto.
¿Cómo se sostiene esta colosal construcción?
La parte económica para nosotros es bastante modesta, no tenemos negocios para sostener semejante estructura. Santo Domingo decía a los primeros domínicos: ustedes no se preocupen de dar gratis las verdades de la fe a la gente que las necesita, porque ellos se encargarán de darles gratis los recursos necesarios para vivir. Claro, para un economista de hoy, dice el padre Roberto, eso es romanticismo, pero la verdad es que esto se sustenta con el centavo de la gente y el milagro es que esto sigue en pie y que sigue siendo un punto de encuentro entre Dios y la gente. Nosotros somos, un poco, facilitadores de ese encuentro. Hay una franja de eruditos que vienen, pero el 90 por ciento es gente del pueblo que viene a nutrir su fe en las devociones. En el convento hay 18 personas: seis sacerdotes y doce estudiantes o frailes que se preparan en la universidad para ser sacerdotes domínicos.
La capilla de la Virgen del Rosario
La puerta de ingreso está en el costado sur de la nave principal de la Iglesia Santo Domingo. Después de sacudir la cabeza y escapar del impacto emocional producido por el color rojo sangre de las paredes de la capilla, la mirada —sin remedio— se encausa al nicho principal donde esta ella, la Virgen del Rosario, vestida de blanco con un manto aceituna rematado en vuelos blancos, uno de los muchos que posee. En su brazo izquierdo descansa el Niño Jesús y desde la mano del niño cuelga un rosario color marrón como formando una hamaca hasta la mano de la virgen. El retablo está cubierto de pan de oro.
Es la única capilla que su interior luce bañado en color rojo con listones dorados panelados en oro. Está construida sobre el arco de Santo Domingo, justo por encima de la calle Rocafuerte que ingresa al barrio La Loma. Es considerada —junto con la de Puebla— la capilla más bonita de América.
¿Cuál es el origen de la capilla del Rosario?
En aquella época —1566-1572— el domínico, Miguel Isglieri, fue elegido Papa y asumió el pontificado con el nombre de Pío V. Después fue canonizado. Pío V., intervino en la geopolítica de la época. El islam —desde el norte de África— estaba colonizando todo el mediterráneo. En los primeros siglos, el norte de África era cristiano, pero el islam alcanzó Marruecos, Libia, Argelia, Túnez, Egipto, de ahí subieron hacia Damasco. El islam había invadido toda la tierra santa y empezaron a hacer captura de esclavos en las costas de Grecia, Italia, Francia, España, toda la cuenca del Mediterráneo.
Pío V., convocó a los príncipes cristianos y se hizo la famosa batalla de Lepanto en 1571. En esa batalla estuvo Miguel de Cervantes Saavedra, el novelista, poeta, dramaturgo, soldado español y autor de la obra maestra de la literatura universal Don Quijote de la mancha, donde resultó herido y perdió la movilidad de su mano izquierda, esto le valió el sobrenombre de «el manco de Lepanto». En esa batalla de Lepanto, Pío V., declaró estar bajo la protección de la Virgen del Rosario y los cristianos, contra todo pronóstico, se alzaron con la victoria, protagonizando la derrota total para el islam.
El rosario lo crean los Dominicos como un instrumento de devoción para mantener la fe en el pueblo. Radio Nederland, por los años 80, cuando tenía la sede en Quito, hizo un estudio sobre cuál era la oración católica más frecuente en el catolicismo en el mundo y resultó que el rosario ganó por goleada. Unos decían la misa, pero se necesita un sacerdote, un lugar y no siempre hay uno disponible, mientras que el rosario lo pueden rezar en cualquier parte, en familia, en grupo, o uno solo. Este rosario es toda una pedagogía, los domínicos lo difundieron en el mundo entero y Pío V., ordenó como acción de gracias a la Virgen del Rosario, a la que le adjudicó la victoria de los cristianos, que en todas las iglesias de dominicos en el mundo se construya una capilla en su honor.
En Quito, el arco de Santo Domingo que, da acceso al barrio La Loma, sostiene la capilla de la Virgen del Rosario. ¿Por qué se construyó sobre el arco? Pues, resulta que se les acabó el terreno, la línea de fábrica para la construcción del complejo del convento donde, entre otras construcciones, se levanta la iglesia, terminaba en la calle Rocafuerte. Los domínicos pensaban en grande porque se trataba de la capilla de su patrona. Entonces, compraron la casa de la otra esquina y le pidieron permiso al cabildo para construir en el vacío de la calle.
—El arquitecto Mario Lavalle, que conoce muy bien Quito, —me cuenta dice el padre Roberto:
—imagínese, construyen el primer paso a desnivel en la ciudad de Quito. La Guaragua tiene uno, pero solo hay una casa encima, aquí construyen semejante santuario, que es la capilla más bonita de toda América junto con la de Puebla. Esa ingeniosa idea de construir semejantes cúpulas sobre un arco en una ciudad sísmica y, además, sin romper el acceso a La Loma, respetando esa urbanidad, uno tiene que mirar con los ojos de aquella época, es una cosa monumental, por algo Quito es Patrimonio de la Humanidad.
Las gradas dibujan el túnel de Santo Domingo, cuando se supera el último escalón se corona la parte superior del arco y se llega al altar y, justo por debajo, pasan los buses y autos que ingresan a La Loma.
—¿Cuántas capillas pintadas de rojo ha visto? —pregunta el padre Roberto.
—No hay, no existe —responde él mismo.
Desde el interior, justo detrás de la virgen se abre una puerta y la imagen sevillana sale apoyada sobre unos rieles, esta operación se hace para cambiarla de vestido. —Esto sería como un bookin closed de la virgen, interpretándolo como el camerino de una reina, de una princesa, como los espacios en sus palacios donde se guardan sus joyas. Todo este espacio, que mide unos 1.700 metros cuadrados, se llama la casa de la virgen, construida con piedra de bóveda. Es la única construcción que hay en Quito con esas características, explica el padre Roberto.
Capilla de la Virgen de Pompeya
Si exploramos un poco más el interior del convento, encontramos otra de sus alhajas: la capilla de la Virgen de Pompeya, adornada con un artesonado colonial. Su construcción empezó a finales del Siglo XIX. Aquí se conjugan los colores rojos, amarillos y azules como la bandera del Ecuador. —Este ha sido siempre un convento muy patriótico en el sentido virtuoso de la palabra patria —dice el padre Roberto.
El techo y el retablo mayor se hicieron reutilizando piezas de la antigua decoración de la iglesia, entonces, el marcado del barroco, la policromía y el dorado son del Siglo XVIII. Las decoraciones de las paredes como la pintura de la virgen de Pompeya dando el rosario a Santo Domingo, la de Santa Catalina son obras de inicios del Siglo XX.
La capilla está construida en cedro, porque Quito tuvo en la época colonial muchos bosques de cedro. La piedra venía de las canteras del Pichincha. Los muebles de madera perfectamente tallados llevan dentro el peso de la historia. Es impresionante que sobre el tumbado que es un delicado artesanado están las habitaciones y las oficinas de los sacerdotes.
El ilustre pintor ecuatoriano Víctor Mideros tenía un hermano, Enrique, que era profesor de pintura y se hizo dominico en este convento. Enrique Mideros decoró toda la capilla de Pompeya con escenas de la vida de Santo Domingo. Todas las pinturas, lienzos; y los murales con los lirios que tienen un gran simbolismo, Santo Tomas sentado sobre los cuatro íconos del nuevo testamento: Mateo, Marcos, Lucas y San Juan que se representan en el ángel, en el león, en el águila y en el toro, son las fuentes del pensamiento de Santo Tomas del Nuevo Testamento. Pero también se inspira en el Antiguo Testamento, toda la filosofía y el pensamiento judío de la antigüedad y en Aristóteles que representa el pensamiento.
La capilla de la Virgen de Pompeya, conocida también como capilla íntima, conserva en sus entrañas una cripta mortuoria, basta con mover las bancas y levantar una compuerta ubicada en el piso para entrar en ella descendiendo por unas gradas, ahí están enterrados todos los domínicos que han muerto en este convento desde su construcción. El camino a través de las gradas es difícil porque es estrecho, entonces, para facilitar el ingreso de manera más cómoda, se ha construido un acceso desde el jardín del claustro, donde vive un árbol patrimonial de 140 años, llamado Magnolio.
A esta hora, creo que es menester hablar de un lugar que fue hecho para recuperar energías: El refectorio, que hoy se conoce como comedor. En latín significa: donde se rehacen las fuerzas, porque uno tiene que comer para vivir. Es un salón muy grande, ya no están las bancas ni las mesas, pero se puede contemplar varios retratos que representan a unos 300 mártires domínicos de Japón, Vietnam, Indochina…, que fueron objeto de persecución y dieron su vida por evangelizar.
Estos retratos eran como un testimonio de vida. “Mientras comes, alzas la mirada y piensas: aunque mi vida puede parecer difícil por mi consagración, tengo otros hermanos que en otras partes del mundo la tuvieron más difícil, porque vivieron y experimentaron la persecución”, concluye el padre Roberto.
Cuando el sol empieza a menguar, la anciana Juana Alulema, termina de rezar, acomoda su chalina, se persigna con sus ojos fijos en el Señor de la Justicia, se agarra del brazo de su hija y —despacio— camina hacia la puerta hasta desembocar en la plaza Santo Domingo. (I)