Una vespa antigua, llena de polvo, espera aparcada en un camino por asfaltar, frente a una valla cubierta de matorrales. Cerca está su dueño: Tom, un hombre menudo de 84 años, que lleva más de 15 minutos mirando fijamente las obras al otro lado de la verja, con el casco aún puesto y unas gafas oscuras para protegerse del sol.