Ante las prolongadas ausencias de su gato, una psicoterapeuta londinense lanzó una investigación que acabó en una batalla judicial, que costó a ambas partes decenas de miles de libras, para prohibir a su vecina alimentar al felino infiel.
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Ozzy, un gato gris y blanco residente en el adinerado barrio londinense de Brackenbury Village, regresaba de cada una de sus escapadas con la barriga llena y el pelo sedoso.
Ante las prolongadas ausencias de su gato, una psicoterapeuta londinense lanzó una investigación que acabó en una batalla judicial, que costó a ambas partes decenas de miles de libras, para prohibir a su vecina alimentar al felino infiel.
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