Poner un negocio y ser independiente –por necesidad o vocación– es parte de Guayaquil. Y ello lo conocen los emprendedores que comenzaron de abajo y por años y por décadas se han desarrollado y dejado un legado en esta ciudad que inicia el camino para conmemorar los doscientos años de la independencia que se dio el 9 de Octubre de 1820.

De las historias del Café de Tere, El Manaba, Picantería Olguita, Naturíssimo, Avícola Fernández y Galleta Pecosa surgen consejos para tener éxito en los negocios -en el sector de alimentos-, como ser perseverante, tener confianza y aprender a administrar los recursos.

Ellos cuentan cómo comenzaron sus negocios, las dificultades que tuvieron que pasar y cuáles son las claves para prosperar.

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Su primer bolón se vendió en el garaje, así nació el Café de Tere

Conserva la misma actitud y empuje de aquel primer día en 1987 cuando desde el garaje de su casa, en la décima etapa de la Alborada, Teresa Castro Mendoza vendió su primer bolón a uno de sus vecinos. Lo recuerda como si hubiera pasado ayer. 

“Tenía la necesidad de darles educación y mantener a mis hijos, era una situación complicada, así que comencé a hacer lo que mejor sabía: bolones, y les dije: ‘Vecinos, ¿si ustedes quieren les hago el desayuno?’”, recuerda 32 años después de ese día y con 72 años la propietaria del Café de Tere, uno de los negocios insignes de los guayaquileños que hoy ya cuenta con nueve locales y esta próximo a abrir el décimo. 

Sentada sobre unos asientos hechos de troncos en un espacio apartado en su local más conocido, el que abrió en la Garzota en el 2002, Castro mira cómo sus clientes desayunan. En las mañanas el lugar siempre está lleno y ella asegura que es por el trato familiar que les brinda y la limpieza que prioriza en todos sus locales. 

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Teresa Castro Mendoza es la dueña del Café de Tere, que lleva 32 años atendiendo a los guayaquileños. Foto: Álex Vanegas. 

Recuerda una anécdota, que cree que la hizo ganar mucha clientela desde el inicio: Cuando atendía en mi casa, hace más de 30 años, yo salía en las mañanas y barría dos cuadras a la redonda para que mis clientes no tuvieran problemas. 

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Eso lo mantuvo cuando se cambió por un tiempo a un local en Chile y Brasil, en el centro, cuando su negocio aún no era conocido con el famoso nombre, sino como El Tendal; y luego regresó a la Alborada, pero a la séptima etapa ya como el célebre Café de Tere. Tras rememorar todo el trayecto recorrido, asegura que sus tres hijos, que ya trabajan con ella en la administración y marketing de sus locales, seguirán su negocio y lo mantendrán familiar como hasta ahora. 

Castro sostiene que el secreto es ser perseverante y nunca darse por vencido: "intentar e intentar por muy duras que parezcan las cosas en un inicio, y siempre darles lo mejor a los clientes; la calidad es la mejor tarjeta de presentación". 

El Manabita, de la calle a local propio

A  Marino Calderón no le incomoda cuando sus amigos y clientes le dicen “manaba” o “cholo”. Lo saludan así mientras cobra, atiende y entrega pedidos en sus 2 locales El Manabita en los alrededores de la Piscina Olímpica.

Batidos y jugos, ensalada de frutas, bolones con huevo, con bistec, papa rellena, corviche, muchín… son parte del menú en su negocio, que lo aprendió de su padre Alejandro Calderón, quien vendía jugos y granizados en una carretilla de madera. 

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Tenía nueve años cuando lo trajo de Jipijapa (Manabí) a Guayaquil. Tres años después ya lo acompañaba con su propia carretilla a vender jugos. Al salir del cuartel, en 1993, se dedicó a hacer lo que ya sabía desde niño. Se ubicó en un carretilla en el sector de Hurtado y avenida del Ejército y luego alquiló un local a la Federación Deportiva del Guayas. 

El Manabita funciona con dos locales en Guayaquil. Foto: Ramón Zambrano. 

Este primer local, que aún alquila, lo atiende uno de sus hermanos y el segundo, en García Moreno entre Luque y Aguirre, lo abrió hace siete años. Ese es propio. Tiene 15 empleados. Su padre también lo ayuda al igual que dos de sus cuatro hijos, de 20 y 16 años.

Calderón cree que es indispensable saber administrar el personal, el dinero y pagar las deudas.“Hay momentos duros, pero se superan con ganas. Por una puerta que se cierra se abren dos", dice. 

Por eso sonríe al hablar de la ciudad que le abrió las oportunidades para su emprendimiento y para vivir. “Es hermosa... Desde pequeño me gustó Guayaquil y creo que moriré aquí”. 

El Mercado Sur fue la ‘cuna’ de Picantería Olguita  

La historia de Olguita Castillo Plúas es tal vez una de las más conocidas en el mundo de la gastronomía popular guayaquileña.  Ahora la cuenta su hijo, Rolando Campuzano, quien desde 1997 ha llevado a Picantería Olguita a tener siete sucursales sin dejar su principal bandera: el pescado frito de Olguita.

Sentado en una de las mesas del local de Escobedo entre Víctor Manuel Rendón y 9 de Octubre, rememora con cariño los inicios de su madre. La historia de los primeros años son las anécdotas que ella le contó cuando era pequeño. Él nació en 1964, cuatro años después de que la historia de Olguita se iniciara en una esquina del desaparecido Mercado Sur, hoy  Palacio de Cristal.  

Mi madre era una mujer muy pobre, lavaba ropa para sobrevivir y un día, un compadre al que le lavaba la ropa le sugirió que fuera al mercado para enseñarle a vender pescado crudo para que se ayudara”, comenta Campuzano mientras se frota en el antebrazo derecho el retrato de Olguita que se tatuó hace cinco años. 

Rolando Campuzano Castillo, hijo de Olguita, en uno de los siete locales de la marca que también vende su propio jugo. Foto: Álex Vanegas. 

Emocionado recuerda que su madre contó que el primer día le fue bien, había comprado una lata de pescado menudo y se vendió todo antes del mediodía, pero el segundo día fue lo contrario. “Eran casi las 13:00 y mi madre estaba varada”, menciona Campuzano y prosigue: “Pero eso no fue obstáculo, ella pensó y se consiguió una mesita y un fogón y los frio, y fue un éxito. Al siguiente día ya llegó con su nuevo giro de negocio: vender pescado crudo en las mañanas y frito en las tardes, así nació Olguita en las calles Sargento Vargas y Capitán Nájera”,  dice orgulloso. 

Sostiene que para que un emprendimiento crezca y se transforme en un negocio sostenible, hay que darle al cliente "lo mejor". Por ejemplo, yo nunca he cambiado de proveedor, dice.

Sin Olguita –quien falleció en el 2000–, el local de Capitán Nájera lo dirige su hija. Campuzano patentó la marca y dirige el resto de los negocios junto con su hija Carolyn Campuzano. 

Las pecas de sus hijos fueron la inspiración para crear Galleta Pecosa

Shannon y Peder Jacobson se inspiraron en las pecas de sus pequeños hijos para darle el nombre al emprendimiento que ella fundó en 1984: Galleta Pecosa.

Su primer local funcionó en Urdesa; ahí se vendían inicialmente seis tipos de galletas y dos de tortas. Las recetas fueron creación de Shannon, basándose en el sabor de la mantequilla, uno de los favoritos en su país, Estados Unidos.

Su esposo nació en Ecuador, pero los padres de este llegaron también desde Estados Unidos en 1943 con un fondo gubernamental para educación. Y fundaron el Colegio Americano. 

Shannon y Peder se conocieron en Panamá. La pareja abrió luego otros locales en la esquina de Boyacá y 10 de Agosto, dentro del Grand Hotel Guayaquil (también fundado por su esposo); en la Alborada y en el centro comercial Mall del Sur. 

Peder Jacobson hijo colabora con su madre en la administración de los locales de Galleta Pecosa. Foto: Ramón Zambrano. 

Uno de los pecosos hijos de Shannon y Peder, que lleva el nombre de su padre, es quien ayuda a su madre en el manejo del negocio. Ahora de 39 años, explica que la empresa ofrece ya más de 40 productos, pero que su madre  actualiza constantemente sus recetas.

"Mi madre tiene mucha pasión por su negocio; por eso ella le da todo el tiempo que merece para atenderlo y resolver problemas", dice y sugiere que en un mercado tan competitivo hay que sentir amor por el trabajo, insistir y aprender. 

Galleta Pecosa está en proceso de renovación: recientemente remodeló la cafetería del centro y pronto hará lo mismo con el resto. Y abrirán otro más en el centro comercial  Arcos Plaza en  la vía a Samborondón.  

El yogur y pan de yuca de Naturíssimo también empezó en un garaje 

Volver al día en que vendió su primer yogur y pan de yuca en un garaje ubicado en las calles Quisquís  y Tungurahua, en el centro de Guayaquil, hace que a Keyla Rivadeneira Zavala le brillen los ojos. 

“Fue el sitio donde mi suegra y yo nos dedicamos a preparar y vender yogur acompañado de mis riquísimos panes de yuca y mis crocantes tortillas de maíz”, cuenta Rivadeneira en su primer local, ubicado en Urdesa. 

Fue así como hace 41 años nació Naturíssimo, negocio familiar que ahora cuenta con 71 sucursales a nivel nacional y con más de 400 trabajadores. 

Rivadeneira señala que la importancia de cumplir más años es no perder la esencia en la innovación de los productos. “La vanguardia es buscar lo natural”, dice mientras muestra su reciente producto: las paletas de yogur de naranjilla y mora. “Son refrescantes”, afirma Rivadeneira, aunque reconoce que su producto estrella sigue siendo el pan de yuca. 

Keyla Rivadeneira, propietaria de Naturíssimo, señala que la próxima meta es abrir locales en otros países. Foto: Jorge Guzmán. 

Ella aconseja que el estar al pie, trabajar bastante, tener confianza de lo que estás haciendo y contar con personas "que se pongan la camiseta" los llevará al éxito. 

La manabita, de 67 años, se siente  guayaquileña, como su negocio nacido en esta ciudad. “Para mí, Guayaquil es una maravillosa ciudad que abre sus puertas a los emprendedores y a la gente trabajadora que está dispuesta a ayudar y a triunfar”. 

Agrega que para Naturíssimo, la urbe siempre será su hogar: “Aquí nació y se desarrollaron  mis sueños de ofrecer deliciosos productos manabitas, acompañados de yogur”. 

Con una mesa y tablas empezó el camino de Avícola Fernández 

Todos nacemos con dones y  talentos, solo hay que sacarlos a flote. Es la filosofía de Eugenio Fernández, fundador y presidente ejecutivo  de Avícola Fernández, que a muy temprana edad halló su talento: la carne. 

En su oficina, en el edificio Las Cámaras, viaja en su mente a finales de 1989 cuando, con tan solo 18 años, la necesidad lo llevó al camal por intermedio de un tío, quien contactó a un carnicero. “Me dieron un sitio en la ciudadela Bellavista, me dijeron que me ponga en una esquina a vender”, cuenta Fernández. 

Armó una mesa y un techo con tablas e inició el camino que 30 años después lo tiene con 19 locales en Guayaquil y sus propias fincas de cerdos, pollos y reses. 

"Vayan a la práctica", aconseja Fernández a quienes desean emprender. Dice que es importante estudiar: "pero hay que dominar la práctica; cómo van a liderar algo desconocido, o ¿usted se operaría del corazón con un cardiólogo que nunca ha operado?". 

Eugenio Fernández, fundador y propietario de Avícola Fernández, empezó el negocio en 1989 a los 18 años de edad. Foto: Ronald Cedeño.  

Aunque el camino no fue fácil, asegura, siempre lo ha transitado con buena actitud, como cuando su primera venta fue casi un blooper, pues su ‘mentor’ lo dejó solo por un instante, tiempo suficiente para que él, sin aún conocer las piezas de la res, no distinguiera los cortes. “Corto de la pierna y voy dañando la pajarilla, el atravesado, el salón; y cuando llegó me dijo: ‘¡pero qué has hecho, me has dañado todo!’”, recuerda entre risas, y dice: “Así se aprende, y aprendí”. 

Tras un año en Bellavista logró pagar el derecho de llaves para un pequeño espacio en la Pedro Pablo Gómez por 1,5 millones de sucres, que luego en el 2000 amplió y aún se mantiene como su primer local. (I)

De una cocina de la casa salieron los primeros jabones Anisa

Ana Isabel Moreno siempre sintió fascinación por los jabones; por eso cada vez que viajaba se traía algunos de sus destinos. Cuando salió de su empleo en una institución bancaria pensó que el emprendimiento que esperaba iniciar debía tener ese perfil: natural, exclusivo y que genere bienestar al consumidor.

En un programa de televisión  observó  cómo elaborar jabones artesanales en casa. Y se decidió: compró libros, utensilios y moldes, grasas y aceites, y empezó a  experimentar en la cocina de su casa allá por el 2009. Así nacieron los jabones  Anisa (de Ana Isabel).

La primera producción llegó a manos de sus familiares y amigos; luego se animó a participar en  ferias de emprendedores para explorar el interés del público. “Nos fue increíble”, dice esta ingeniera en Gestión Empresarial de 44 años.

No hay que lanzarse (a emprender) sin cabeza. No te puedes botar del trabajo y echarte a la suerte... Sí hay que tener un plan. Podrías hacerlo simultáneamente y si la cosa te funciona, ya puedes desvincularte", Ana Isabel Moreno,  socia de Anisa Jabones

La primera boutique que le abrió las puertas fue Gloss, en el 2012. El primer pedido fue de $100; unos 20 jabones. Luego vino otro, y otro... Y  no dejó de ir a ferias para hacer contactos.

Como el negocio creció dejó la cocina de la casa, montó un   taller en su patio y contrató una ayudante. Luego debió alquilar un local en la zona industrial de la vía a Daule, requisito para obtener registros sanitarios; e invirtió en maquinaria.

En ese tiempo,  le contagió la pasión por los aromas y las texturas a su hermana María Ruth,    ingeniera agrónoma  de 42 años. Junto a ellas trabajan ahora dos personas más: una en el área administrativa y la otra en la producción. Pero en época de Navidad se duplican.

Hoy, la perfumada producción de Anisa es de unos 32 000 jabones anuales, que se venden en  40 locales de cosméticos,  ropa, regalos, productos orgánicos y yoga de la ciudad y de todo el país. 

El Grupo Dipaso nació de la idea de dos desempleados

Lenín Parra se emociona cuando recuerda  los inicios de su negocio junto con su esposa, Martha Solís, en el sector de la Bahía. Bordeaba los 24 años,  estudiaba Ingeniería Civil y dividía su tiempo entre ser ayudante de cátedra y atender su caramanchel de 2 m x 2 m en las calles Huayna Cápac, entre   Manabí y Ayacucho. 

Ahí ofrecía desodorantes, champús, esmaltes... Así empezó su emprendimiento, hoy convertido en el grupo Dipaso, empresa ecuatoriana que distribuye líneas de maquillaje y cosmética de la cual es su representante legal y gerente general.  En la actualidad cuenta  con 24 tiendas en Guayaquil, Quito, Daule y Machala y prevé abrir otros tres puntos de venta en diciembre. 

“Surgió de un emprendimiento de dos desempleados   y, claro, un emprendedor se arriesga a todo porque no tiene que perder nada”, cuenta Parra al referirse a los inicios de su empresa que ya  lleva 31 años.  

No existen recetas mágicas para iniciar un emprendimiento. La única fórmula es trabajar y la mejor anécdota  fue cuando me cerraron las puertas los bancos y empresarios,  esto inspiró a seguir adelante", Lenín Parra, gerente general de Dipaso

Sentado en una de las áreas del recién inaugurado centro de distribución en la vía a Daule, recuerda que cuando empezó en 1998  no tenía capital, por lo que  decidió  arriesgarse  y recurrir a un “chulquero bueno” que le prestó  un millón de sucres con el 15 % de interés. 

“Mi mejor banquero fue ese”, dice Parra y agrega que luego de  tres años, al término de pagar la deuda, abrió su primer local en la Bahía. 

Por eso para él esta zona comercial es el punto “de inspiración” de su negocio que  se expandió e incorporó servicios y productos novedosos. 

En la actualidad cuenta  más de 500 colaboradores y sus cuatro hijos se han sumado al negocio. 

Y destaca  que Guayaquil es una de las ciudades más lindas, no solo por lo que tiene, sino por su gente, trabajadora y sencilla. 

Una pequeña despensa que se multiplicó a seis Nelson Market

Ver a Guayaquil como el próximo destino de desarrollo es la aspiración de Nelson Oñate Bayas y de su esposa, Doriz Muñoz Vera, dueños de Nelson Market, un emprendimiento que nació hace 39 años en el cantón Samborondón. 

El ambateño, de 67 años, mientras recorre su local recién inaugurado en Ciudad Celeste, recuerda junto con su  esposa cómo surgió el negocio: “Vine desde muy pequeño a Guayaquil y comencé a trabajar en una despensa. Luego, me enamoré, me casé  y hubo varias ideas. Así  iniciamos en Entre Ríos en una despensa pequeña, ese fue nuestro primer local”.

Los recuerdos de cómo su emprendimiento fue creciendo  tienen un gran significado  para Doriz,  guayaquileña de 60 años, porque sus cuatro hijos nacieron y crecieron a la par del negocio. Ahora ellos “están con nosotros en el negocio, nos dicen esto se hace, esto es mejor, y así hemos salido adelante”.

Hay que tener perseverancia, ser pacientes e ir de la mano con la familia. Existen muchos emprendedores y a ellos les aconsejo: si desean ponerse un negocio, analicen el terreno. No pueden ponerse en cualquier lugar",  Nelson Oñate, propietario de Nelson Market

El negocio se inició con el nombre Despensa Tres Hermanos, señala Doriz en referencia a sus tres primeros hijos, “pero después tuvimos otro y se cambió a Nelson Market por mi hijo y esposo”.

Cada uno de los integrantes de la familia se dedica a actividades específicas como marketing, supervisión, redes sociales, entre otros.

Al momento cuentan con seis locales  en Samborondón,  vía a la costa, La Aurora y en Tornero.  Se dedican a la venta de un sinnúmero de productos desde frutas hasta todo tipo de bebidas. Además, dan servicio a domicilio en Guayaquil.

Ellos aspiran a abrir una sucursal en esta ciudad,  donde aseguran tener buena acogida. 

Algunos pedidos son de Puerto Santa Ana y Urdesa.

“El mercado de Guayaquil es duro, pero hay cómo llegar y con servicio a domicilio. Ahí está Nelson para llevarle lo que necesita”, dice Oñate. 

Al momento trabajan en crear una aplicación móvil para  receptar más pedidos. 

La app se llamaría Nelson Go y con ello esperan asociarse a otras tiendas y extender sus servicios. (I)