Desde hace cerca de diez años Antonio Aimacaña tomó la posta de su padre, José Aimacaña, en la elaboración de canastos de carrizo.

Para él es una tradición familiar, ya que su progenitor también aprendió el oficio de su abuelo cuando ellos vivían en Latacunga, Cotopaxi.

El pequeño taller artesanal de Antonio Aimacaña está en el barrio La Cumandá Bajo. Él y su esposa, Aída Lema, se dedican a esta actividad. Recordó que aprendió el oficio y la técnica cuando era niño porque le ayudaba a su padre, pero como él falleció hace unos diez años decidió continuar con esta labor.

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Comentó que cuando hacen los pedidos en el taller les llegan a dejar el carrizo que se coge en la parroquia Pishilata, en terrenos junto al río Ambato. Luego de esto, al carrizo se le saca la cáscara. De ahí se procede a rajar o cortar. Posterior a esto, el cepillado y de ahí se hacen los canastos. Para esto último se empiezan por los asientos.

Detiene su relato por unos segundos. Advierte con cierta nostalgia que luego de sus días y los de su esposa esta tradición familiar –que tiene decenas de años– se terminará. Esto porque sus hijos escogieron otras actividades laborales, dijo.

Manifestó que por no ser bien remunerada la elaboración de estos canastos tradicionales, su descendencia se dedicó a otros trabajos.

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Con pesar, Aimacaña comentó que el carrizo –la materia prima para hacer los canastos– también está desapareciendo, pues ya no hay mucho. Dijo que cuando hacen los pedidos les entrega poco a poco, porque les aseguran que la gente que tiene las plantaciones al filo del río las están tumbando para reemplazarlas por cultivos de hortalizas.

“Nos botan poco a poco, eso ha de ser hasta cuando ya no haya de dónde coger el carrizo, que no se sabe hasta cuándo será, y ahí también se puede terminar esta tradición que la pienso mantener hasta cuando Dios me mantenga con fuerzas”, aseguró.

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Aimacaña contó que el atado de 100 unidades de carrizos les cuesta $ 7 y con eso sacan canastos de todo tamaño, cuyos valores van desde $ 2,50 a $ 5.

Este artesano comentó que la mayor demanda se da en la época de Navidad, porque los pedidos son de los canastos para hacer los agasajos.

Actualmente la demanda ha bajado considerablemente porque la gente emplea cartones, baldes o fundas para empacar los productos. (I)

 

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Cuando ya no haya de dónde coger el carrizo –que no se sabe hasta cuándo será– ahí también se puede terminar esta tradición, que la pienso mantener hasta cuando Dios me mantenga con fuerzas”.

Antonio Aimacaña, artesano