Parece un ángel vestido todo de blanco y con una U en el lado del corazón. Ese niño de 6 años que pisa una pelota de fútbol con el pie derecho en la mitad de la cancha del estadio Olímpico Atahualpa se llama Paúl.

La imagen fue captada, revelada, ampliada y firmada por Ángel Rivas, padre del protagonista de la foto y fotógrafo profesional que en esas épocas cubría los partidos de fútbol que se daban en Quito. El cuadro de 30x40 cm está colgado en un lugar privilegiado de la casa que ocupa desde hace más de 40 años la familia del pequeño.

Parecería que esa foto de 1978 terminó dibujando las pasiones que 46 años después le hacen vibrar a Paúl Rivas Bravo: la fotografía, el fútbol y la Liga de Quito. Como fotógrafo llegó, el 26 de marzo, a Mataje junto con dos compañeros de El Comercio. Los secuestraron.

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En los ojos de Guadalupe Bravo, madre de Paúl, aparecen vívidos los recuerdos del pequeño que llegaba a casa con una maleta de fotógrafo, su pelota y su traje blanco manchado de helado o de tierra.

Guadalupe cree que el chiquillo alegre, juguetón y bromista no ha cambiado mucho, solo el “envase”. Hoy es más grande, dice, colecciona cámaras antiguas, todo objeto que tenga el logo del Hard Rock Café, tiene una hija a la que ama y posee camisetas de los equipos en los que juega fútbol en el barrio, en la empresa que trabaja, en los sub-40 de fotógrafos...

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El fotoperiodista Mario Egas recuerda que vio por primera vez a Paúl cuando de chico su padre lo llevaba al estadio a las coberturas, pero que lo conoció realmente hace 20 años cuando ingresó a El Comercio como fotógrafo. No olvida que el delgado chico hiperactivo, que usaba terno y corbata, se ganó a sus compañeros por su carisma y descomplicación únicas, y a sus jefes por sus propuestas creativas en el área gráfica.

Esa creatividad lo llevó a ganar en 2013 el Premio Nacional de Periodismo Eugenio Espejo por un fotorreportaje de diez imágenes titulado Desaparecidos y tatuados en la piel. En dos ocasiones también ganó la Pluma de Oro del Premio Jorge Mantilla Ortega y su fotografía del volcán Tungurahua en erupción fue una de las mejores en América Latina.

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Los cangrejos y su preparación son el delirio que comparte Paúl, quien se graduó de publicista, con su hija Alejandra. Ella revela que con él patina, ve series en Netflix, le enseña trucos fotográficos y no tuvo reparo en presentarle a su novio. “Sí me cae bien el chico”, habría dicho el “joven suegro”.

Desde hace algunos años Paúl tiene una relación con la periodista Yadira Aguagallo.

Al mochilero, como le dice su madre; al Clavito –por ser flaco y alto–, como lo conocen en el barrio; al Caramelo, como lo llaman sus colegas; en fin, a Paúl, lo esperan espacios completos para llenar con cámaras antiguas, lo esperan sus equipos de fútbol, lo esperan historias por contar, personas por amar y una madre por mimar. (I)