Todo ciudadano guayaquileño ha escuchado hablar sobre los astilleros alguna vez en su vida. Esta industria marcó un antes y un después en el desarrollo de la urbe y hasta le otorgó el nombre a uno de sus barrios más populares.
Si bien Guayaquil es hoy el puerto más importante del Ecuador, el trabajo en los astilleros posicionó a la ciudad como una de las más destacadas en América del Sur durante la época colonial.
El registro más antiguo de esta actividad se remonta a 1547, cuando el oidor Diego de Vásquez le escribió a Gonzalo Pizarro desde la isla Puná y puso a su disposición los bosques (madera) e indígenas para construir las galeras destinadas a trasladarlo en nuevas expediciones.
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De los bosques cercanos a Puná y Guayaquil se podían extraer maderas de excelente flotabilidad, durabilidad y resistencia, perfectas para construir embarcaciones.
La Corona española entonces vio una vía para fortalecer la Armada del Mar del Sur, dotándola de navíos que pudieran resistir los acosos piratas; y para 1560, ya era una industria consolidada en la ciudad.
De acuerdo con el capitán de fragata Mariano Sánchez, director del Instituto de Historia Marítima; el primer astillero se ubicaba en Ciudad Vieja, adyacente al estero de La Atarazana, en el norte del actual barrio Las Peñas.
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Pero estos sitios de trabajo no eran fijos. La ubicación variaba según el tamaño de la nave que se iba a construir.
De La Atarazana partieron hacia el estero de Villamar (calle Loja) y eventualmente se extendieron hasta el estero Morillo (calle Roca), en una zona cruzada por cinco esteros.
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La construcción de embarcaciones dotó a Guayaquil de una fama a nivel de América y Europa. Según reseña el fallecido historiador Efrén Avilés, “hasta bien entrada la colonia no hubo en toda la costa del Pacífico ningún astillero que pudiera igualar a los de Guayaquil”.
La fabricación de los navíos no respondía a reglas del viejo mundo, sino era empírica, adaptada a las dificultades de los mares cercanos y a la tradición nativa.
Sin embargo, el traslado del pueblo guayaquileño a la Ciudad Nueva, a partir de 1693, hizo desaparecer por un largo periodo los que existieron en el norte del cerro Santa Ana.
Los nuevos astilleros se ubicaban a orillas del río Guayas, entre las actuales avenidas 10 de Agosto y Sucre.
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En 1766 llegó a Guayaquil el constructor naval Cipriano Echenar, quien estableció los Astilleros Reales entre el estero Carrión (calle Mejía) y el fuerte de San Carlos; algunos metros más al sur de la bifurcación del Malecón y la calle Villamil.
Los obreros, carpinteros, calafateros y más trabajadores se establecieron y fundaron ahí el famoso barrio del Astillero.
Planos de Guayaquil en 1770 señalan la existencia de “ramadas de paja donde se construyen las embarcaciones” entre las actuales calles Brasil y Francisco de Marcos.
Avilés también expuso que la época de mayor auge astillero fue desde 1763 hasta 1771.
Ya en el siglo XIX se introdujeron materiales y nuevas técnicas modernas, como la propulsión a vapor.
Los bosques, por demás, fueron desapareciendo poco a poco y actividad del astillero quedó rezagada.
Actualmente, según la Dirección Nacional de Espacios Acuáticos (Dirnea), Guayaquil cuenta con tres astilleros: Astilleros Navales Ecuatorianos (Astinave), Astilleros Maridueña y Astillero Taera Ecuador.
Además existen algunos varaderos ubicados al pie de la ría, entre El Oro y Letamendi, en el barrio del Astillero.
El galeón insignia de la Mar del Sur, auge y caída
En 1636, el Ejército español contaba con una escuadra marítima muy reducida en el Mar del Sur (océano Pacífico): un galeón de 200 toneladas, otra embarcación de 500 toneladas, un patache, una lancha y un par de bergantines.
Ante la problemática, el rey de España autorizó la construcción de dos grandes galeones de guerra, encargo transmitido a don Pedro Álvarez de Toledo y Leiva, marqués de Mancera, cuando fue virrey del Perú en 1639.
La construcción se dio en los astilleros de Guayaquil en 1640 y, de acuerdo con una reseña del capitán Sánchez, las dos unidades fueron los mayores barcos de guerra que habían surcado el Pacífico hasta entonces.
La nave almiranta Santiago y la nave capitana Jesús María de la Limpia y Pura Concepción de Nuestra Señora se botaron al agua en 1644.
Los navíos serían usados en las distintas misiones, mostrando el gran poder que le daban sus cañones.
Sin embargo, en 1654, la nave capitana, que se dirigía con la almiranta hacia Panamá, con un cargamento de plata, naufragó frente a Chanduy (Santa Elena). (I)