Aprovecho los sesenta años del colegio Alemán Humboldt para realizar un par de reflexiones sobre la educación en el país. A luz de las manifestaciones del mes pasado, la educación es un tema que vuelve a estar en boca de mundo y medio. No es de extrañarse: el Ecuador vive en una crisis permanente desde que yo recuerdo. La solución a través de la educación vuelve a ser aquella manida fórmula que puede llegar a cansar por lo insistente e insustancial. Sí, la educación… ¿pero cómo y para qué? Parecería que plantear soluciones semejantes se ha convertido hoy en la excusa perfecta para no proponer nada concreto y dejarlo todo en manos de la utopía, la utopía educativa.

En mi caso, al menos, asumo el riesgo de insistir con el tema. Y lo hago porque estoy convencido de que una buena educación en el Ecuador es posible. Yo la tuve en Guayaquil, con maestros ecuatorianos en su abrumadora mayoría. Todavía recuerdo la extraordinaria plantilla de profesores de mi último año de colegio: Erwin Buendía en historia, Cecilia Ansaldo en literatura, Margarita Martínez en matemáticas, Susana Arauz en física. El etcétera es largo y no puedo enumerar a todos, pero cualquiera que haya estado cerca del campo educativo guayaquileño en aquellos años sabía de la enorme calidad académica de todos ellos. Si hoy desconfío de la educación “online” o “a distancia” es justamente por su culpa: en la enseñanza hay algo que solo puede darse, como dice Emilio Lledó, cuando el saber vive la temporalidad inmediata de una inteligencia concreta, de una persona concreta que convierte en voz (es decir, en discurso y en praxis) el tiempo abstracto de la teoría. El maestro, el que lo es de verdad, no es el que se limita a repetir conceptos que están en cualquier libro de texto, sino el que transmite algo de sí mismo en la materia que enseña, algo de su personalidad intelectual y de su visión del mundo.

Lo más importante que aprendí en el colegio fue a valorar la utilidad de los saberes inútiles. Quiero decir: aquellos que no están orientados a la mera obtención de un beneficio económico. Me sorprende mucho escuchar a tantos jóvenes políticos y educadores guayaquileños hablar de una educación que debería concentrarse en la formación de emprendedores o empresarios. Creo que es un error. Educarse no se limita a prepararse para ganarse el pan. Educarse es fundamentalmente cultivar la mirada, la curiosidad intelectual, la sensibilidad, el análisis de lo que nos rodea. Cualquier comunidad que solo enfatiza lo utilitario está destinada a hundirse tarde o temprano. Ninguna profesión, sostiene Nuccio Ordine, puede ejercerse con un mínimo de conciencia si no está subordinada a una formación cultural más amplia que trascienda la mera técnica que un oficio utilitario exige. Aprender a ser competente, después de todo, no significa necesariamente estar bien educado.

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El Alemán Humboldt era un colegio radicalmente laico. Aquello es fundamental en cualquier institución educativa. Cualquier colegio religioso, hasta el más liberal, termina tarde o temprano presa de alguna variante de la intolerancia (es ineludible, está en su naturaleza). El Alemán promovía el pensamiento crítico. No recuerdo una revista colegial a la altura de Genau!, que en esa época coordinaba Pablo Cevallos y era escrita básicamente por estudiantes. Diría, incluso, que no recuerdo muchas publicaciones guayaquileñas, colegiales o no, a la altura de Genau! Era una revista abierta a la polémica y al debate de ideas. Si la discusión no es parte del sistema educativo (especialmente en un país donde discutir se considera negativo), si la educación continúa presa de los mitos religiosos o los mitos del mercado, estaremos irremediablemente perdidos.

Desde luego, aquel es el colegio que yo recuerdo. Llevo demasiados años fuera del país y no sé si ese colegio exista todavía (las instituciones cambian). También es verdad que era un colegio privado y eso requiere de un análisis adicional. En nuestro país, mejorar la educación pública es fundamental para avanzar. Una democracia jamás podrá funcionar si la educación de calidad solo llega al segmento de la población con más recursos. Mejorar la educación no pasa solamente, como piensan algunos, por cambiar programas o asfixiar de burocracia a las instituciones educativas. Pasa, en primer lugar, porque las autoridades respeten el capital humano (no el económico) que está a cargo del ejercicio educativo. Y que ese capital humano respete a su vez el objetivo fundamental de la educación: formar ciudadanos libres, sensibles, críticos de su entorno. (O)