El intento del Vaticano de ayudar a la familia de Emanuela Orlandi, la adolescente que desapareció en Roma hace 36 años, ahondó aún más el misterio sobre su destino y corre el riesgo de enfangar a la Santa Sede y al papa Francisco.

El misterioso caso, que alimentó todo tipo de teorías en la década del 80 al involucrar a jerarcas de la Iglesia y a la mafia siciliana, tomó un sorpresivo giro el sábado.

La noticia de que se encontraron vacías las tumbas de unas princesas enterradas en el siglo XIX en el cementerio Teutónico del Vaticano, donde se pensaba podían estar los restos de la joven Orlandi, desconcertó a los italianos.

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Sin embargo, dos días después fueron hallados unos osarios en un sótano del mismo edificio, según indicó la misma Santa Sede.

Los expertos consideran que los esqueletos de las princesas pudieron ser trasladados a ese lugar con motivo de las obras arquitectónicas de ampliación del Colegio Teutónico, realizadas en los años 60 y 70.

Los osarios van a ser inspeccionados el próximo fin de semana ante la presencia de la familia Orlandi, la cual había pedido la exhumación de esos restos convencida de que la joven se encontraba allí.

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Una carta anónima que la familia había recibido en marzo de 2019 mostraba la foto de un ángel sobre la lápida dedicada a la princesa Sofía y al príncipe Gustavo von Hohenlohe, lo que llevó a que el Vaticano autorizara la apertura de las dos tumbas del cementerio alemán con la esperanza de hallar algún rastro de la hija del funcionario del Vaticano, entonces de 15 años.

Emanuela residía dentro de las murallas del Vaticano, y fue vista por última vez el 22 de junio de 1983 cuando salía de una clase de música en el centro de Roma. (I)

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¿Una trampa?

Esta desaparición ha suscitado una cadena de teorías conspirativas acerca de eventuales presiones de la mafia siciliana sobre los responsables de las finanzas de la Santa Sede, a cargo entonces de monseñor Paul Marcinkus, involucrado en uno de los mayores fraudes financieros en Italia. John Allen, portavoz del Vaticano, expresó que “no tienen la mente para creer en una conspiración intrincada”. (I)

 

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