Habla poco, pero es clara y directa en sus ideas. Es reservada en lo que dice, sin embargo, sus ojos grandes y expresivos consiguen transmitir más que sus palabras.

Con una sonrisa, María Cecilia Sánchez, directora ejecutiva de la Fundación y Teatro Sánchez Aguilar, asegura que sus padres, Cecilia Arosemena Gallardo y Carlos Sánchez Aguilar han sido los mentores de su vida y quienes cultivaron en ella la virtud de servir.

Cuenta Cecilia que sus padres siempre estuvieron involucrados en proyectos de ayuda social. Ambos eran miembros del Club Rotario; su madre fue presidenta de la Sociedad de Beneficencia de Señoras y su padre fue quien creó la Fundación que lleva sus apellidos, Sánchez Aguilar, en 1989.

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La fundación surgió de una forma inesperada. Dice Cecilia que su padre, quien siempre se dedicó a su negocio propio vinculado al comercio, comenzó a apadrinar a jóvenes haciéndose cargo de sus estudios secundarios a través de becas, motivado por la importancia que siempre le dio a la educación y por su interés de ayudar a los demás.

“Era su generosidad personal que lo llevaba a ayudar de esta manera, no es que en casa sobraba la plata, simplemente era algo que le nacía hacer... y fue con su ejemplo como sembró la generosidad en nosotros, sus hijos”, expresa.

Con agrado recuerda cómo siempre se involucraba en las cosas que hacían sus padres, como conocer a la familia de los becados y a los mismos estudiantes, acompañar a su mamá, quien también hacía mucha labor social, a entregar donaciones en el suburbio, o cuando toda la familia participaba en la venta de algo para recaudar fondos.

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A medida que fue creciendo mantuvo su interés por participar en proyectos sociales. En el colegio Liceo Panamericano, donde se graduó, ayudaba junto a un grupo de compañeras a un orfanato o visitaba hospitales disfrazada de payaso.

A los 17 años, mientras estudiaba en Washington D.C. (EE.UU.), en la Trinity University, donde se graduó de economista, fue parte de un grupo que alimentaba a personas que vivían en la calle y trabajó con adolescentes que tenían algún tipo de discapacidad. Luego sacó un masterado en Administración y también se graduó como chef.

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Confiesa que fue duro estar sola y lejos de su familia, en especial de su madre, ya que eran muy cercanas. “Las cosas antes no eran como ahora que tenemos un whatsApp las 24 horas del día... yo hablaba con mi mamá una vez a la semana, por quince minutos”, cuenta.

Estando allá se casó a los 21 años con Jacques Martinod, con quien tiene 31 años de matrimonio y siete hijos. En 1990 regresó a Samborondón, cuando ya estaba creada la fundación en la que solo se mantenía el programa de becas.

“Un amigo cercano de mi papá viendo que el número de becas crecía, le sugirió hacerlo de una manera más formal, a través de una fundación y así lo hizo él solo, sin ayuda de nadie más... cuesta decirlo, pero uno nunca es profeta en su propia tierra y muchos no entenderán la labor de una fundación así como esta, personal, ni cómo a una persona se le ocurre hacer algo así con sus propios medios”, añade.

Durante diez años, cuando tuvo a sus primeros seis hijos, se dedicó a su rol de mamá. Primero trabajó desde casa con servicio de catering, luego en el colegio Delta, donde permaneció por 15 años.

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En ese lapso la labor de la fundación siguió creciendo. En el 2000 se creó el Centro de Promoción Social y Desarrollo Integral, donde se imparten cursos a mujeres de nivel socioeconómico bajo, de auxiliar de enfermería, corte y confección, belleza, panadería y pastelería. Los cursos duran dos meses y tienen un valor de entre $ 15 y $ 40, con materiales incluidos.

Luego, en el 2002 se construyó el albergue Rosa Eva Aguilar de Sánchez, en un terreno junto al Hospital Roberto Gilbert. Este está dirigido por las señoras de la Asociación de Voluntariado Hospitalario del Guayas (Asvolh), pero se sustenta por la fundación.

El lugar tiene capacidad para unas 100 personas y el procedimiento consiste en darles hospedaje desde las 17:00, todos los días del año, con cena, ropa de cama, toallas, kit de limpieza personal y desayuno al día siguiente a los familiares que tienen hospitalizados a parientes en los hospitales que pertenecen a la Junta de Beneficencia, en especial el Hospital Roberto Gilbert, por un valor de $ 2 diarios.

Sumado a las becas que benefician a 96 jóvenes y que cubren los gastos de educación secundaria.

Finalmente, en el 2012 se inauguró el Teatro Sánchez Aguilar, el primero de Samborondón. “Mi papá tenía este terreno y no sabía qué hacer con él, no quería que se construyera nada comercial ni urbanístico, se pensó hacer un museo o biblioteca, hasta que se concretó la idea del teatro”, cuenta Cecilia.

“El vínculo entre la fundación y el teatro es que el eje que mueve a ambos, en todo lo que se haga, sea en beneficio de la comunidad, para enriquecer sus conocimientos. Con el teatro lo que buscamos es siempre aportar con el desarrollo cultural de la sociedad”, indica.

Tal y como ella lo vivió con su mamá, Cecilia involucra a sus hijos en las actividades. Desde niños mantuvieron la costumbre de seleccionar ropa y juguetes para regalar, o de hacer fundas de caramelos para entregar a los niños que encontraban por la carretera.

En el 2015 asumió la dirección ejecutiva de la fundación y del teatro. “Me siento agradecida porque el poder servir es una oportunidad, mientras más uno puede servir más oportunidad se tiene para aprender y ayudar, y esa es una bendición de la que uno solo puede dar las gracias”, concluye. (F)

Tiene una especial vocación de servicio a la comunidad, absolutamente entregada a ayudar a los demás. Siempre con una curiosidad incansable de conocer y seguir formándose”.Ramón Barranco, amigo