Ignacio Muñoz va montado en su bicicleta, pedaleando, sonriendo. No es una bicicleta cualquiera. En la parte de adelante tiene adaptada una silla de ruedas, en la que su hijo Kevin va sentado, disfrutando del paisaje y sintiendo el viento.

La adaptación, o bici inclusiva -como la llama Ignacio-, es su creación. Hace ocho años quiso fabricar un vehículo para salir con sus hijos, ambos con parálisis cerebral.

La parálisis cerebral (PC) afecta la psicomotricidad de las personas y muchas tienen que usar silla de ruedas.

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Era el caso de sus dos hijos. David era un niño muy encerrado, solo deseaba estar en casa, en Durán (Guayas), salía a clases y a hacer terapia; Kevin, el mayor, era más extrovertido. Su papá quería mostrarles la calle, que sientan la adrenalina que siente un ciclista. “Es distinto un niño que está encerrado a los que salen (...) son más pilas, la calle te despierta la chispa”, dice Ignacio, quien primero adaptó un remolque en la parte posterior de la bicicleta, pero luego decidió que era mejor que vaya adelante, en una silla.

Así nació la KEDA 01, que es la bicicleta que sigue usando hasta ahora. Se llama así por los nombres de sus dos niños, y por el día de nacimiento de su mamá y su esposa.

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Al principio, solo pensó en sus hijos “mezquinamente”. Luego se percató de que su invento podía servirle a otras personas con PC, o a otras que no pueden andar solas en bicicleta, como los adultos mayores.

Para llegar a la creación de la bici inclusiva, Nacho -como le dicen sus amigos- tuvo que aprender mucho. En la juventud, su inquietud lo llevó a estudiar en la infantería de Marina, luego a intentar irse de polizón en barcos de iban a Estados Unidos, varias veces sin éxito. La inmadurez hizo de las suyas en su vida. “Me decía: 'Cuando tenga hijos será diferente', y Dios, mira que fue diferente”, comenta riendo.

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Ignacio se casó y fue padre. En el parto, sacaron con demasiada fuerza a Kevin, provocándole paralisis cerebral. En ese momento, junto a su esposa Ivonne Monteverde, tuvieron que averiguar todo sobre este transtorno y aprender. Luego de cinco años, decidieron tener otro hijo. “Jugó la lotería de nuevo”, dice. A David le faltó oxigenación y también tiene parálisis cerebral.

A la izq., Ivonne, David e Ignacio. A la derecha, algunos implementos fabricados por el padre de familia. (Fotos: cortesía)

Ivonne estudió Licenciatura de Párvulos y David comenzó a investigar y crear de todo para ayudar a sus hijos. Mientras eso sucedía, el deporte se convirtió en uno de los ejes de su vida y la de su familia.

Ignacio pasó de usar la bici “solo para ir a comprar a la tienda” a usarla como medio de transporte y en competencias deportivas, a raíz de que hizo la adaptación. Ha participado en más de una decena de competencia, acompañado siempre de sus hijos. Hace un poco más de un año hizo una duatlón. 

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Desde ese momento empezó a construir más bicis inclusivas. Ha hecho más de 25, unas para el Municipio de Quito, otras para Manabí y Guayaquil. Pero Ignacio no se queda quieto. Pasa su tiempo dibujando, creando cosas. Ha hecho férulas, aditamentos en PVC artesanales para los pies y brazos de las personas con PC, collarines, separadores de manos (para que las manos adopten una posición ergonómica), entre otros implementos.

Tomó cursos especializados, aprendió leyendo y viendo, hasta convertirse en fisioterapeuta. En las charlas que ha dado a padres de niños con PC, siempre les recalca que son ellos los que mejor harán las terapias, “¿Por qué? Porque yo puedo ser el mejor terapeuta del mundo, pero solo voy a estar con un chico una hora al día, el padre esta ahí siempre, se necesitan dos o tres terapias al día para ver mayor progreso”.

En internet, Ignacio descubrió el bocha, un deporte similar a los bolos que se juega con esferas de resina o madera, golpeándolas entre sí. Aprendió a practicarlo en la federación para personas con discapacidad física, se le metió en la cabeza ser entrenador y lo consiguió. Ahora enseña a jóvenes deportistas con PC, y ha viajado al extranjero con sus alumnos, representando al país en esta práctica paraolímpica.

Ha aprendido a diferenciar sus facetas con los chicos a quienes les da terapia y entrena. Les deja saber que es su mejor amigo, pero en la cancha es su entrenador y deben respetar eso. Sobre la disciplina en el deporte, cuenta que es igual que en todos, que hay competencia, ganas de ganar, que no existen consideraciones especiales. “Es de alto rendimiento”, recalca. Si no fuera así, “les diéramos medallas a todos y listo”.

Su relación con la parálisis

Mientras Nacho habla, está pendiente de lo que expresa su hijo. Hace mucho calor, y le dice que no esté mal genio por el calor, le da agua, le seca el sudor. La dureza en el rostro de Kevin desaparece y ríe con su padre.

Hay una conexión, una conversación padre hijo, que va más allá de la comunicación a la que estamos acostumbrados. Para él y para su esposa, la clave ha sido la aceptación. Para ellos, sus niños no tuvieron nunca una discapacidad y llevan una vida normal. “Aceptar algo te ayuda a pasar barreras, sino no puedes seguir, nadie te puede ayudar”, añade.

Pero no todo son risas en su vida. Hay momentos tristísimos, en los que decae y no quiere saber nada.

Cuatro años atrás, Kevin, el hijo mayor de la familia, murió “por una causa desconocida”. El chico, que era fanático del rock y de Liga de Quito, fue internado por un dolor en el pie, le dieron varios diagnósticos, y finalmente no hubo diagnóstico claro que explicara su fallecimiento. Tenía 19 años.

A la izq., rodando por la calle. Ignacio y sus dos hijos, a la derecha. (Fotos: cortesía)

La pérdida es algo insuperable para Ignacio, a pesar de que dice estar tranquilo. Habla de Kevin como si estuviera junto a él, cuenta sus anécdotas, como el deseo que tenía su hijo de donar su largo cabello a los chicos con cáncer o cuando visitaron a los jugadores albos, y Nahuelpán y Vitti le dedicaron los goles que hicieron en un partido entre Liga de Quito y Macará, en el 2012.

En la calle, el apoyo a la pareja de ciclistas es evidente. Las personas se acercan a contarle anécdotas, a darle apoyo, a tomarse fotos con ellos, hasta lo invitan a fiestas. Esto es una motivación para Nacho, siente que le dan fuerzas para seguir.

A veces percibe miedo, poco conocimiento en la gente. “Una vez Kevin estaba así (salivando) en un lugar con mucha gente, y la única persona que se le acercó (y le limpió la boca) fue otro chico con discapacidad...”, cuenta. Nacho dice que la gente puede usar su celular y Google de mejor manera y averiguar para salir del error. “Trátame como cualquiera, no como pobrecito (...) Córtalo, le sale sangre; se expresa, solo que no contigo porque tú no entiendes (...) Tócalo, esto no se pasa, la parálisis cerebral lo único que te puede pasar es emoción, alegría, sinceridad”.

Alguna vez alguien le preguntó qué hubiera sido de su vida sin sus hijos. No le gusta la idea, hubiera sido “uno más del montón”. Él cree que todo ha sido una enseñanza, y a través de sus experiencias y las de su familia puede brindarle ayuda a los demás. La bicicleta, la fisioterapia, sus otras creaciones, son su aporte a la sociedad, son su lucha, porque “Dios le da la lucha a sus mejores guerreros y yo creo que soy uno de ellos”.

Datos

Ignacio trabajó en la Prefectura, “haciendo de todo”, terapia, mantenimiento, chofer, etc. Recibió de esta entidad un premio al Ciudadano Ejemplar por la creación de la bici inclusiva, en el 2014.

Hacer una bicicleta demora unos 15 días. Su costo es de 450 dólares, aproximadamente. 

A Nacho le gustaría que su idea se replique en más ciudades. Actualmente participa en un proyecto social en Salinas para apadrinar personas con discapacidades, que realicen actividad física, usando las bicicletas adaptadas. Para mayor información, contactarse al 098-091-5557. (I)