La inflación se ha convertido en un desafío persistente para los neoyorquinos, afectando directamente su economía cotidiana. El constante aumento de precios en alimentos, vivienda y servicios ha mermado el poder adquisitivo, dejando a muchas familias, especialmente de ingresos medios y bajos, en una posición vulnerable frente a los crecientes costos de vida en el estado.