Para muchos migrantes en Estados Unidos, tener un expediente impecable e incluso haber servido en el Ejército y ser condecorado no son suficientes para asegurar el sueño americano.

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Eso fue lo que le pasó a José Barco, un venezolano quien, a pesar de sus méritos, las políticas migratorias restrictivas y otros obstáculos legales frustraron sus intentos de tener la ciudadanía.

El joven que sirvió en el Ejército fue deportado. Foto: EFE

¿Qué le pasó al venezolano?

Barco llegó a Estados Unidos desde Venezuela siendo apenas un niño. A los 17 años se enlistó en el Ejército y poco después fue enviado a combatir en Irak, relata La República.

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En medio de la guerra protagonizó un acto de heroísmo tras rescatar a dos compañeros de un vehículo en llamas, ese gesto le valió el reconocimiento y ganó medallas. Pero el impacto emocional y físico de la guerra fue devastador.

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Regresó con una lesión cerebral y trastornos psicológicos que afectaron su conducta, pero insistió en seguir sirviendo.

En 2006 inició los trámites para obtener la ciudadanía, un beneficio al que podía aspirar como militar, aunque sus papeles nunca llegaron a destino.

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Su vida tomó un giro trágico en 2008, cuando en medio de una fiesta, y según su testimonio, confundido por el estrés postraumático, sacó un arma y disparó para dispersar una pelea. Una joven resultó herida.

Por este grave suceso a José lo sentenciaron a 50 años de prisión en Colorado, aunque la pena se redujo a 40 y fue liberado tras cumplir 13, por buen comportamiento. Pero su libertad duró poco.

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Tras cumplir parte de su condena fue detenido por agentes de ICE.

Al salir de prisión, fue arrestado por los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE por sus siglas en inglés), como extranjero con antecedentes penales graves fue deportado a Honduras, país al que no tenía ningún vínculo.

Las autoridades intentaron luego enviarlo a Venezuela, pero un funcionario migratorio puso en duda su nacionalidad y lo devolvieron a Estados Unidos.

Hoy, Barco permanece detenido en Texas a la espera de una audiencia que podría definir si será deportado o no. Su familia ha presentado documentación para frenar la expulsión, mientras él denuncia sentirse abandonado por todos.

 “Solo quiero ser libre. No quiero que me envíen a un país y que ese país me meta en la cárcel y se olvide de mí. Sería lo peor que me podría pasar. Sinceramente, no sé cómo lidiaría con eso. Probablemente preferiría estar muerto”, aseguró en declaraciones reseñadas por La República.

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Y aunque teme que lo envíen a un país que no lo reconozca, más teme quedar en el limbo para siempre.

(I)

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