Sebastián Marset siempre soñó con ser futbolista. De joven, mientras trabajaba en una gasolinera, decidió gastar todo su sueldo en una chaqueta deportiva de David Beckham, un lujo que simbolizaba su pasión por el deporte. Él y sus amigos pasaban horas jugando en las calles de Montevideo, usando piedras como porterías y rotuladores para escribir números en sus espaldas. Sin embargo, pronto quedó claro que su talento no alcanzaría para llevarlo a las ligas grandes.