La de 1990 debe ser, con seguridad, la temporada más loca respecto al Clásico del Astillero, porque se jugaron más partidos que el número de meses que tiene el calendario anual. Fueron tantos los emocionantes duelos entre Barcelona y Emelec —cada uno con el vértigo e intensidad similares a los que se experimentan sobre una montaña rusa— que no alcanzó el año para que todos los enfrentamientos se cumplieran durante 1990. Hubo que extender para enero de 1991 la realización del último choque de esa campaña.